QUEJA O ACEPTACION?


La autodestructiva energía de la queja.
Quien no afronta de cara los problemas de la vida está en la queja, aunque crea que está en la aceptación.
La acción es la superación de la queja.

La queja surge de la conjunción de la desconfianza con la impotencia, con el sentimiento de impotencia.
Si solo se desconfía del otro pero la persona se siente capaz de abordar y solucionar por sí mismo el problema o la situación en la que se encuentra, en lugar de quejarse actúa.
Si la persona solo se siente impotente, pero confía que el otro le prestará la ayuda que necesita o que le solucionará el problema o le sacará de la situación desagradable en la se encuentra, no se queja, sino que pide o suplica la ayuda de la persona en quien confía.
La desconfianza se contagia, es especular, la desconfianza de una persona se refleja en todos cuantos trata y con quienes se relaciona: las personas no suelen fiarse de quienes desconfían de ellas y menos de quienes desconfían en general de casi todo el mundo (1). Y una vez que la persona se ha contagiado de la queja, la aprende y comienza a desconfiar en casi todas las situaciones. La superación de la desconfianza en las personas aún no despiertas es gradual; por eso cuando se desconfía de ellas vuelven a su estado aprendido de desconfianza.
Muchas personas, con acierto o no, deducen que el otro desconfía de ellas:
1) por la información que les esconde (si saben, intuyen o imaginan que se la esconde),
2) porque no les hace caso cuando le dan el consejo que el otro les ha pedido y,
3) sobre todo, cuando el otro les encarga cosas o les atribuye responsabilidades “de mentirijillas”, es decir, reservándose la verdadera capacidad de tomar las decisiones que luego se van a implementar.
En las organizaciones jerarquizadas, cuando la desconfianza está extendida a un número significativo de personas, es porque se está transmitiendo y contagiando esta desconfianza desde la cúspide de mando: la desconfianza de los jefes supremos hacia los mandos intermedios o hacia las personas de base de la organización provoca en poco tiempo la desconfianza de aquellos mandos más inteligentes y produce sumisión servil, a veces abyecta, en los otros mandos intermedios.
El resultado es casi siempre el mismo: el general que no confía en sus capitanes está irremediablemente perdido, el capitán que no confía en la tropa a su mando suele fracasar en sus misiones.
La impotencia se aprende. Se puede aprender de niño o de joven, y la impotencia suele tener su raíz y su fuente de alimentación en el sentimiento de impotencia. Este sentimiento suelen sembrarlo en el niño los padres, los maestros, los profesores; y en los jóvenes, además de los ya citados, los jefes, los falsos gurús, los falsos maestros espirituales y los falsos líderes. Es decir, el sentimiento de impotencia lo siembran, riegan y favorecen aquellas personas que tienen algún poder significativo sobre el niño o sobre el joven, y que, por manipulación o inseguridad en sí mismos, adoptan esa táctica con el niño o joven.
El mecanismo es usualmente el mismo:
1.- o bien se desmotiva a la persona desde la supuesta sabiduría de quien detenta el poder (para ello es necesaria la confusión entre autoridad y poder -confusión bastante frecuente y que se alienta y sustenta desde el poder mismo),
2.- o bien se le ordena que haga algo distinto y normalmente incompatible con lo que esa persona quiere hacer,
3.- o bien se desvaloriza lo que ya ha hecho,
4.- o bien el manipulador o “educador” hace lo que esa persona debe o quiere hacer en su lugar
5.- o una combinación de todas estas tácticas.
El niño o joven está en la creencia de que el manipulador solo quiere su bien, y que el comportamiento que tiene con él es resultado de su incapacidad para hacer las cosas correctamente. La conclusión que saca ese niño o joven es el sentimiento de incapacidad para hacer correctamente lo que quiere o debe hacer.
Conviene aclarar aquí que me estoy refiriendo al sentimiento real de impotencia, al que siente quien pudiendo hacer algo para cambiar lo que ocurre o piensa que va a ocurrir, no lo hace porque siente que de nada servirá su acción, a la postre es una desconfianza del sujeto en sí mismo. No considero impotencia la consciencia de la propia incapacidad para cambiar lo que no está en la mano del sujeto cambiar, como que el Sol gire alrededor de la Tierra, que los triángulos tengan cuatro lados o que mañana nieve en Argel para poder ir esquiando al trabajo (si vivo en Argel).
La consecuencia inmediata del sentimiento de impotencia es la inhibición de la acción: quien se siente impotente no actúa porque cree que lo único que conseguirá con ello es perder tiempo y energías, cuando no la desaprobación, la censura o la burla ajena.
Cuando un adulto ha aprendido y vive en el sentimiento de impotencia cualquier persona que tiene ascendencia sobre él puede con facilidad mantenerlo en ese sentimiento; para ello únicamente ha de hacerle sentir falso, insignificante, miserable o incapaz de salir de su situación por sí mismo (este es el núcleo sobre el que se construye el “lavado de coco” que practican muchas sectas, pero volveré sobre ello en otro post).
Quejarse y no hacer nada para superar una situación es un aprendizaje. Se aprende la queja cuando la persona aprende a no afrontar los problemas de la vida, a no defenderse o a no defender lo suyo. Quien defiende a sus hijos o intenta cobrar lo que se le debe no está en la queja; quien no lo hace y se lamenta por perder a sus hijos sin haberlos defendido, o se lamenta de no cobrar lo que le corresponde, es quien realmente está en la queja.
Como la queja supone desconfianza y sentimiento de impotencia, quejarse refuerza ambos. Con la queja se instala la persona en el reino de la desconfianza y la impotencia: cuanto más y mejor se queja más afianza las murallas de ese reino.
El resultado de la queja es paralizante y, sobre todo, autodestructivo, pues la persona que entra en la queja se declara y convierte en impotente, se aísla como resultado de la desconfianza que está reforzando, y se debilita al consumir sus energías quejándose. Soledad, agotamiento e impotencia son las consecuencias secundarias de la queja; la autodestrucción interior, la autodestrucción de la propia imagen, es la consecuencia de la consecuencia.
Quien no afronta de cara los problemas de la vida está en la queja, aunque finja o crea que está en la aceptación. Detrás de su aparente aceptación late la impotencia y la desconfianza en sí mismo.
La fingida aceptación del santón o santurrón (que muchas veces se engaña a sí mismo diciéndose que no está fingiendo nada, que realmente lo está aceptando todo tal cual es), o del pretendidamente iluminado, no es más que una represión de la queja: convencido de su impotencia para cambiar nada e inmerso en la desconfianza en sus propias capacidades, aceptar implica, para este tipo de personas, no hacer nada para modificar ninguna situación o estado, ni siquiera quejarse.
Sin embargo, la expresión máxima de la queja es quejarse de la queja misma, queja que normalmente se atribuye a los demás: son los demás quienes se quejan, yo me limito a señalar un hecho. Este rizar el rizo es la queja en estado puro, la acción verdaderamente inútil y destructiva de cuanto podemos crear, incluyéndonos a nosotros mismos.
De entre esos expertos en “señalar” las quejas ajenas, los más peligrosos son quienes se creen que es eso justamente lo que están haciendo: señalar un hecho; sin ser conscientes de que su verdadera acción es quejarse de la queja que ven en los demás, que realmente ven reflejada en los demás. No son capaces por ello de descubrir que realmente se están quejando de su propia desconfianza y sentimiento de impotencia.
Hay también otro tipo de quejoso de la queja: aquella persona que realmente sabe qué está haciendo pero finge estar señalando un hecho desde una posición privilegiada de sabiduría o desde su aguda observación. Estos son los verdaderamente manipuladores, pero es precisamente a ellos a quienes se les descubre con más facilidad: únicamente las personas sojuzgadas mediante la sumisión o que han comprado la autodestrucción que les han vendido, pueden ser engañadas una y otra vez con el cuento de que son “malos” porque siempre se están quejando.
Como bien señala Darwin Grajales en una de sus hermosas canciones, la superación de la queja es la acción; elegir actuar para salir del problema o de la situación que no se desea en lugar de quejarse porque se está en esa situación o se tiene ese problema. Cualquier otra elección o es engaño o abandono de la vida consciente y plena.
Abu Fran. Abdal
NOTAS:
(1) Quiero recordar aquí las palabras de Gandhi, que aunque no dicen nada que no sepamos todos, conviene refrescarlo:
La vida me ha enseñado:
que la gente es amable, si yo soy amable;
que las personas están tristes, si estoy triste;
que todos me quieren, si yo los quiero;
que todos son malos, si yo los odio;
que hay caras sonrientes, si les sonrío;
que hay caras amargas, si estoy amargado;
que el mundo está feliz, si yo soy feliz;
que la gente se enoja, si yo me enojo;
que las personas son agradecidas, si yo soy agradecido.
La vida es como un espejo: Si sonrío, el espejo me devuelve la sonrisa.”


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