EL
TECHO DE CRISTAL DE TERAPEUTAS Y SANADORES.
Para quien está gravemente enfermo, si es
consciente de ello, el sentido de su vida es la sanación. Y esto
ocurre por igual si la enfermedad se cataloga dentro de las dolencias
psíquicas, o de las espirituales, o de las físicas. El sentido del
enfermo es sanar, la sanación es su objetivo subyacente a todos los
demás fines que persigue o cree perseguir. Y su sanación es también
lo que persigue cuando erróneamente hace aquello que en lugar de
sanar le va a enfermar más1.
Hoy,
en uno de esos reflujos de la consciencia colectiva que se dan a lo
largo de la historia, la consciencia de la propia enfermedad es cada
vez más patente. Al calor de esta consciencia ha aparecido un
sinnúmero de sanadores de todo tipo, que con su mejor hacer intentan
ayudar a los demás a sanar. Existen también, en este mercado de la
sanación, múltiples aprovechados y timadores, pero de ellos no voy
a hablar hoy, sino sólo de quienes, con recta intención y su mejor
hacer, acompañan realmente a sus congéneres en su proceso de
sanación, y, a veces, al mundo (excluyo pues a quienes se dedican a
la sanación únicamente como un modo de “ganarse la vida
honradamente”).
De
entre ellos, los que han florecido de forma exponencial son los
sanadores psíquicos o psicológicos, aquellos que intentan sanar la
mente y las emociones de quienes acuden a ellos, o al menos
acompañarles en su proceso de sanación.
Por
razones que no voy a explicitar ahora, gran parte de estos sanadores
acceden al ejercicio de este rol desde su consciencia de enfermedad
propia, es decir, que acceden a representar el personaje del sanador
porque son conscientes de su propia necesidad de sanación, y desde
esta consciencia se han adentrado en senderos de sanación que a
ellos les han ayudado. Ahí, desde esta doble consciencia de
enfermedad propia y efectividad del sendero de sanación con el que
se encontraron, sienten la necesidad de devolver a los demás o al
universo los bienes que en su proceso de sanación han recibido,
encontrando en esta labor de acompañar a los demás el sentido de
sus vidas. Un sentido que para el sanador es doble: sanarse a sí
mismo y ayudar a sanar a los demás.
Unos
y otros, sanadores y quienes acuden a ellos para sanar, tienen en la
sanación el sentido de sus vidas. Pero los sanadores lo tienen por
partida doble. Muchos sanadores son conscientes de que pueden
acompañar a los demás en su proceso de sanación en la medida en
que han sanado ellos mismos; pero también son conscientes de la
urgencia de la sanación y que, por tanto, no pueden esperar a estar
completamente sanos para ponerse la máscara de sanadores, se la
tienen que poner ya.
Como
hemos visto, muchos sanadores están también necesitados de
sanación, y muchos de ellos están por ese motivo en proceso de
sanación. Proceso al que suelen dedicar más tiempo y energía que
la que dedican quienes acuden a ellos para sanar. Y como suele
ocurrir en estos casos, a veces sanan.
El
sanador sanado se queda sin sentido, el sentido de su vida, que era
sanar, ha desaparecido, y aunque sigue teniendo sentido dedicarse a
acompañar a los demás en su proceso de sanación, ya no tiene
sentido la base subjetiva que le llevó a desempeñar ese papel en el
teatro de la vida. Ahora, cuando va pasando el tiempo, el estar sano
no parece tanta maravilla. Hay que buscar pues un sentido, pues el
que había sido el sentido de sus vidas ha enmascarado de tal forma
el verdadero sentido de la vida que éste verdadero sentido no se ve
por ningún lado.
Llegados
a este punto se encuentran muchos de ellos faltos de una estructura
psíquica consciente del espíritu, faltos de una inmersión
consciente y voluntaria en alguna de las genuinas tradiciones
espirituales, por lo que tienden a pensar que con más de lo mismo
que les ha permitido sanar encontrarán este sentido. Es decir,
piensan o creen que con más terapia encontrarán su nuevo sentido
de la vida. Pero el sentido de la vida es esquivo a la terapia, y no
suele aparecer cuando esta se practica2.
Lo
que ocurre entonces es que el sanador sanado vuelve a sus prácticas
y a su vida anterior, o no sale de ellas, y el sinsentido que en ese
momento se acaba de instalar en él comenzará a hacer su camino. Un
camino que le lleva a una nueva crisis espiritual, o a una vida que
en el fondo percibe como insatisfactoria, o a volver a enfermar para
encontrar en la sanación otra vez el sentido de su propia vida.
En
algunos casos, especialmente cuando la terapia que se practicaba
recurría al apoyo de enteógenos, se recurre a éstos para encontrar
este sentido (el más de lo mismo del que hablaba antes). Así se
llega mediante el uso de enteógenos, en esta situación más allá
de la terapia (y fuera de un contexto de “experimentación”, de
coleccionar experiencias, o de diversión) a un estado de emergencia
espiritual3.
El
estado de emergencia espiritual, como bien señala el psicólogo
norteamericano Adam Fisher4,
es realmente un proceso, un proceso de extrañamiento respecto a las
actividades que se realizan habitualmente, respecto a lo que se ha
percibido hasta entonces como mundo real, y respecto a la percepción
que uno tiene sobre sí mismo y sus motivaciones y sentido. Quien se
encuentra en este estado no tiene ningún modo de saber qué le está
pasando ni por qué le está pasando, ni le sirve de nada buscarle un
sentido al proceso. La única salida es entender que es un proceso
necesario, que está pasando porque tiene que pasar en ese momento,
dejarlo pasar sin obsesionarse y, si es posible, auxiliarse de
alguien que sepa de qué va el asunto. Este proceso es duro para
quien lo vive, y puede durar entre varios días a muchos meses.
Quien
sabe de qué va el asunto sabe que está provocado por la necesidad
de un sentido, que se encuentra fuera de lo que el sujeto consideraba
hasta ahora como “su sentido de la vida”, y que el objetivo de
ese proceso no es otro que orientar a la persona hacia la búsqueda
de alguna de las sendas que conducen a ese sentido. Cuando esto
último no se entiende, cuando no se entiende que el sentido del
proceso de emergencia espiritual es orientar a la persona hacia
alguna de las sendas que conducen al sentido, el estado de emergencia
espiritual es vivido como una crisis que simplemente”se pasa”,
volviendo tras ello a la misma situación en la que la persona se
encontraba antes, haciendo y viviendo las mismas cosas, y por
similares o idénticos motivos. Es decir, quien no sabe qué le está
pasando desaprovecha la extraordinaria oportunidad que la ha brindado
ese proceso de emergencia espiritual.
Quien
sabe esto, o lo descubre porque alguien que lo sabe se lo dice, puede
entonces dejar al proceso transcurrir sin interferir, sabiendo que
tras él existe la posibilidad de reorientar su vida. En medio de
este proceso únicamente quien ya lo ha experimentado por sí mismo
puede ayudar, aunque sólo un poco.
Así
pues, algunos días o meses después de haber tenido una experiencia
mística de unión con el todo o con la divinidad, se entra, casi
siempre, en un proceso de emergencia espiritual. Pero estos
sanadores, faltos de un contexto espiritual adecuado o faltos del
apoyo de alguien que conozca personalmente el proceso, finalmente
vuelven a la situación anterior; precisamente a aquella situación
en la que su vida había perdido el sentido.
Y
también ocurre esto, cuando tras la sanación del sanador, esta
emergencia espiritual no se ha producido; y más incluso cuando ni
siquiera se ha producido la experiencia mística de unión.
Todos
estos casos descritos anteriormente muestran un claro indicio de que
estos sanadores han llegado a un límite, de que hay algo que no
pueden traspasar.
Este
es su techo. Es un techo invisible porque quien llega hasta ahí no
se da cuenta que debería ir más allá, no se da cuenta que hay una
barrera, que está precisamente en sus condicionamientos y prejuicios
sobre lo que es el sentido de la vida y lo que es la realidad,
barrera que le impide cambiar y trascender.
Abu Francesc
Abu Francesc
NOTAS
1
A modo de ejemplo, y
como bien dice Víctor Moixent, lo
que el adicto busca en su adicción es el alivio de su mal, el
alivio de su malestar, de su ansiedad, inconsciente de que las más
de las veces es su adicción la principal causa de su ansiedad.
2
Esta falta de sentido de los
terapeutas sanos -por supuesto con algún que otro problema
psíquico, pero básicamente sanos- ya lo había observado en varias
ocasiones, pero fue la lectura del libro de Rick Strassman, DMT
la molécula espiritual, la
que me puso sobre la pista del motivo subyacente de
por qué tras esta pérdida del sentido no se orientaban
adecuadamente para encontrar la senda que lleva hasta él.
3
Al igual que en el caso anterior, este fenómeno ya lo había
observado en algunos casos, pero fue la lectura del libro de los
esposos Shulgin, Pihkal, una historia química de amor, la
que me hizo ver dos cosas: que estos estados de emergencia
espiritual se producían tras la sanación también al usar
enteógenos, y que si no se poseía una estructura psíquica o
espiritual adecuada no era posible salir de ellos hacia ningún
sitio. Lo normal era volver a hacer lo que se hacía antes de que se
produjera esta situación de emergencia espiritual, como si ésta no
se hubiera producido, y ello pese al impacto que esta experiencia
suele producir en las personas.
4
Adam Ficher, tras atravesar él mismo un proceso de este tipo, se
dedicó en el ejercicio de su profesión a estar disponible para
quienes estaban atravesándolo.
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