DUALIDAD Y ESENCIA. LAS DOS CARAS DE MI MIEDO.

 




En un post de mi blog (Mi verdadera impermanencia: https://barakadeoccidente.blogspot.com.es/2016/10/mi-verdadera-impermanencia.html) ya señalé la curiosa preferencia de la filosofía occidental por una ontología1 que poblaba el mundo de esencias permanentes e inmutables, no sometidas a la acción del tiempo.
Apunté allí que esta doble maniobra que objetualizaba el mundo y luego lo convertía en un conjunto de seres inmateriales (las esencias), tenía como base el miedo de los seres humanos al cambio.
La ontología de la filosofía occidental2, y la de varias filosofías orientales3, concibe el mundo como un conjunto de cosas. Son las relaciones entre estas cosas las que dan lugar a los hechos. En esta ontología la acción humana es un hecho, un establecimiento de relaciones con otros objetos (pues el ser humano en su corporeidad también se considera una cosa, una cosa viva, pero un objeto al fin). Para esta ontología los hechos y las acciones no son verdaderamente reales, son meras relaciones efímeras y transitorias entre los objetos, que son los verdaderos constituyentes del mundo.
Hasta tal punto el mundo está constituido sólo por objetos que las palabras “objetivo”, “objetiva”, y “objetivamente”, denotan todas el carácter verdadero de lo que se dice.
Sin embargo, también para esta ontología, una de las características primordiales de la verdad es su inmutabilidad. La verdad no cambia, la verdad es siempre igual a sí misma, eterna e inmutable. Y aquí es donde comienza el problema.
Como quiera que los objetos de nuestra experiencia son, prima facie, materiales, y por lo tanto cambian, los objetos de nuestra experiencia se deterioran y acaban por desaparecer. Este cambio se considera impropio de un objeto verdadero, de un objeto objetivo, pues la verdad es inmutable, por ello necesito otro tipo de objetos, no sometidos al cambio, para poder referirme a algo objetivo, para poder hablar y vivir en un mundo verdadero.
La ontología occidental clásica llama esencias a eso no sometido al cambio. Las esencias son inmutables, permanentes, y por ello, necesariamente inmateriales. Son precisamente aquel aspecto de la realidad que capto cuando capto la verdad, cuando capto la verdadera realidad, lo real.
Pero cómo puedo captar la esencia a partir de los objetos materiales que captan mis sentidos? Sin duda tiene que haber una relación fundamental entre esos objetos y las esencias, esencias que serán precisamente esencias de esos objetos. Cada tipo de objeto material tiene una esencia, esencia que hace que sea lo que es y no otra cosa. Entre la esencia y el objeto hay un vínculo inextricable y básico, que dota de realidad al objeto material: la esencia hace que el objeto sea lo que es. Los objetos y sus respectivas esencias van siempre de la mano. Por eso puedo captar la esencia a partir de los objetos, y al captarla, capto lo inmutable, lo eterno.
Tengo así un mundo desdoblado: por una parte el mundo de las cosas materiales y por otro el mundo de las esencias. En la mejor tradición dualista, la de Platón, se habla precisamente de dos mundos, el de lo real -las ideas inmutables- y el de las sombras -las cosas materiales-; el primero es verdadero y real, el segundo es mera apariencia e irreal (sólo es real en la medida en que el objeto plasma en él la esencia); el primero es eterno e inmutable, el segundo es perecedero y cambiante; el primero es el mundo del conocimiento, propio de los sabios, el segundo es el de la opinión, propia de los ignorantes.
De este desdoblamiento no se libra tampoco el ser humano, que pasa así a tener un cuerpo y una esencia. Un cuerpo cambiante y mortal, y una esencia inmutable e inmortal, esencia que en muchas tradiciones occidentales se denomina “alma”. Mi verdadero ser es por tanto mi esencia, y por ello es inmortal (qué respiro para mi ego!).
El dualismo es pues la ontología que construyo para conseguir cohonestar un mundo experiencial siempre cambiante con un miedo cerval a desaparecer: el mundo material, y con él mi cuerpo, cambiará y desaparecerá, pero mi verdadero ser, mi alma, es eterna.
Es aquí donde la neurología nos aporta algo de luz4: somos conscientes de los objetos que vemos, pero mucho menos de los hechos que vemos. Ciertamente no hay objetos sin hechos, los objetos sin hechos son un mero producto de nuestra imaginación, pero son los objetos lo que conscientemente percibimos de los hechos. Por eso podemos imaginarnos los objetos sin formar parte de ningún hecho, pero no podemos imaginarnos un hecho sin que intervenga en él ningún objeto. Para nuestra consciencia biológica visual lo que existen son los objetos, no los hechos.
Y este puede ser un segundo motivo para que nuestro mundo esté constituido por objetos en lugar de estarlo por hechos: nuestra estructura cerebral nos lleva a ser conscientes de los objetos. Y es esta misma estructura cerebral la que nos permite reconocer los objetos en la medida en que permanecen más o menos iguales a sí mismos, en la medida en que no cambian de manera radical. Un cambio radical nos impediría reconocer al objeto (una silla convertida en mesa por un buen carpintero ya no sería reconocida por nosotros, salvo que nos hubieran informado de la manipulación que sobre ella ha realizado el carpintero).
La ontología consecuente con nuestra estructura perceptual visual tiene que construir una realidad formada por objetos. Sin embargo esta objetualización del mundo por si sola no explica el dualismo.
Para el dualismo hace falta algo más, hace falta el miedo a la muerte, el miedo a la desaparición. Conscientes de que el cambio conlleva a la desaparición, necesito un mundo donde el cambio no sea posible, un mundo eterno, que por eso mismo no puede ser material. Es decir necesito un mundo espiritual inmutable que, sin embargo, esté vinculado de manera esencial con el mundo de mi experiencia en la vida cotidiana. Necesito un mundo espiritual vinculado con el mundo material, que sea a la vez explicación y sentido de este mundo material. Este otro mundo espiritual será el mundo de las esencias inmutables y eternas. El dualismo está servido: materia y espíritu.
Como vemos el dualismo es hijo legítimo del miedo al cambio y del doble circuito de percepción visual, o por decirlo de otro modo, hijo del miedo a la muerte y de la cosificación de la realidad.
Conviene recordar ahora que, para esta ontología, tanto los objetos materiales como las esencias son distintos tipos de “cosas”, de entidades, es decir, no son hechos, no son acciones. De este modo se establece una doble relación entre estas entidades: 1) por un lado la esencia hace que cada cosa sea lo que es, por lo que el objeto material se impregna así de la espiritualidad de la esencia, 2) por otro lado la esencia lo es de este objeto o ser material y no de aquél, por lo que la esencia se impregna de objetualidad, de coseidad, es también un ente.
La cosificación (entificación en un lenguaje más ontológico) que hago del mundo material existente para mi consciencia, la hago también, por contagio, del mundo de las esencias espirituales que construyo para explicar el mundo de mi experiencia: El dualismo todo lo cosifica, lo objetualiza, lo petrifica, tanto a la materia como al espíritu.
Ahora me doy cuenta de que la dualidad es mi creación y de cuales son sus causas, y ahora también vislumbro alguna de sus consecuencias. Ahora por tanto estoy en condiciones de elegir: es en este mundo dual en el que quiero seguir viviendo?
La buena noticia es que el dualismo es el resultado de postular una esencia inmutable. Trascender uno es trascender la otra.
La elección es mía y solo mía.


Paco Puertes

NOTAS:
1    Entiendo por ontología aquella disciplina que se ocupa de decirnos qué es lo real, qué constituye la verdadera realidad.

2    Platonismo, neoplatonismo, filosofías de las religiones cristianas y musulmanas, filosofía perenne, new age, etc.

3     Especialmente los budismos, hinduismo, etc.

4     Las investigaciones realizadas por el equipo de Marc Jeannerod, del Centro Nacional para la Investigación Científica de Lyon (CNRS), les llevó a concluir, alrededor de 1998, que existen dos circuitos neuronales visuales: el del reconocimiento de los objetos, que activa la vía neural ventral, y el del reconocimiento de los movimientos que activa la vía neural dorsal. La vía ventral es la ruta de la atención consciente, la que se activa cuando prestamos atención consciente a algo, mientras que la vía dorsal es la vía que se activa junto con nuestros automatismos, y suele ser inconsciente, es decir, que si se activa la vía dorsal no se suele activar la vía ventral (aunque con un esfuerzo consciente de atención es posible activar la vía ventral a la vez que se activa la dorsal).


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