EL
MIEDO AL CAMBIO DE LA BUROCRACIA
Muchas veces, cuando montamos una nueva organización o proyecto intentamos crear una estructura administrativa-organizativa más o menos fija, igual para todos, homogénea, estable, clara y plasmable en un organigrama. Todo ello, por supuesto, sometido a continua revisión y modificación, pero siempre desde los mismos presupuestos de tener una estructura organizativa fija-renovable (flexible) a la que atenerse y en la que encuadrarse. Como un ejército vamos, o como la mayoría de las empresas-sociedades de capital: departamentos, jerarquías, casillas de organigrama, subordinación, etiquetas/cargos asignados a unos y otros, procesos de ascenso y de incorporación a cargos, departamentos o funciones, etc.
Muchas veces, cuando montamos una nueva organización o proyecto intentamos crear una estructura administrativa-organizativa más o menos fija, igual para todos, homogénea, estable, clara y plasmable en un organigrama. Todo ello, por supuesto, sometido a continua revisión y modificación, pero siempre desde los mismos presupuestos de tener una estructura organizativa fija-renovable (flexible) a la que atenerse y en la que encuadrarse. Como un ejército vamos, o como la mayoría de las empresas-sociedades de capital: departamentos, jerarquías, casillas de organigrama, subordinación, etiquetas/cargos asignados a unos y otros, procesos de ascenso y de incorporación a cargos, departamentos o funciones, etc.
No
fue un mal invento. En el siglo XIX, con la aparición de las
sociedades de capital y la extensión de la revolución liberal de la
mano de masones y librepensadores, los empresarios-capitalistas
necesitaron un modelo organizativo nuevo que no se basara en el
nacimiento (i),
sino en las funciones a desempeñar y en la subordinación a los
intereses de un capital anónimo, que ya no venían determinados por
la cuna.
Para
este nuevo tipo de se comenzó por copiar las estructuras
organizativas de los ejércitos, añadiéndole uno de los tres
principios de los librepensadores: la igualdad (ii),
que habían estado defendiendo desde dos siglos atrás muchos de los
intelectuales europeos (con Descartes, Kant y Hegel como epígonos
destacables).
En
estas nuevas empresas las personas ya no eran conde, duque o lord,
sino que desempañaba el cargo de capataz, gerente, director o lo que
fuera, un cargo que no tenía -en teoría- nada que ver con el
nacimiento. Por nacimiento todos somos iguales, nuestras capacidades
y nuestro mérito determinan nuestra posición en el organigrama. Y,
lo que es más importante, estas capacidades se adquieren, se
aprenden, se enseñan. La igualdad comporta democracia política, y
ésta, que cualquiera pueda ocupar cualquiera de los nuevos cargos
que se crearon dentro de la nueva estructura política de los
Estados-Nación, y que pueda decidir quién, de entre los otros
cualquiera, los ocupa.
Era
sin duda una estructura mucho más flexible que la de la sociedad
noble-absolutista (sociedad de castas al fin), cuya organización
fija y pretendidamente inmutable se adaptaba mal a un mundo que
cambiaba a mayor velocidad que lo había hecho antesiglo Las nuevas
estructuras de departamentos y jerarquías modificables, con
individuos reemplazables por cualquier otro bien preparado, y con
organigramas adaptables a las nuevas situaciones que fueran surgiendo
o a las que se fueran enfrentando las empresas (como los nuevos
mercados en las colonias), se adaptaban mucho mejor a un mundo que la
burguesía y el espíritu de la revolución (libertad, igualdad y
fraternidad), iban cambiando.
Por
utilizar una terminología ya al uso, la sociedad absolutista-feudal
se dotó de estructuras pétreas, fijas, correspondientes a una
sociedad que tardaba milenios o muchos siglos en sufrir cambios
sustanciales La nueva sociedad liberal se dotó de unas estructuras
metálicas, fijas pero flexibles, que podían, como un mecano, irse
montando y desmontando continuamente, más adaptadas a un mundo que
cambiaba cada pocas décadas.
Ese
mundo surgió a finales del siglo XVIII, y desapareció a finales del
XX. En los primeros años del siglo XXI se hizo ya evidente que había
desaparecido. El nuevo mundo surgido de la evolución del anterior,
de las nuevas tecnologías, del nuevo flujo de capitales y
mercancías, de la formación (necesaria) de la mano de obra, del
efecto de la aparición de la masa crítica intelectual y espiritual
que había surgido como consecuencia del brutal incremento de la
población (1.800 millones en 1960, 7.600 millones en 2016), y de la
voracidad alienada de las sociedades anónimas de capital, cambiaba
el mundo a mucha mayor velocidad, a una velocidad que nadie había
jamás imaginado, y que aún hoy nos negamos a aceptar.
Cambia
a tal velocidad que nadie sabe por dónde anda, qué nuevo ente está
surgiendo en cada momento, que monstruo o maravilla se está gestando
en cada lugar, ni a qué velocidad ocurre cada cosa, ni cuál es la
real interconexión entre los fenómenos, especialmente entre los
fenómenos sociales, económicos, espirituales, y de evolución de la
consciencia.
Las
nuevas herramientas matemáticas como la teoría del caos, la teoría
de las catástrofes, o el efecto mariposa son un primer intento de
dar cuenta cabal de lo que ocurre, hasta ahora con escaso éxito. Ya
no hay mundo, hay cambio. Cambio acelerado, con una velocidad
semejante a la de las veloces reacciones físico-químicas de fusión
o de fisión. Todo es efímero, cada vez más efímero, tan efímero
que muchas veces desaparece cuando apenas acaba de surgir.
Y
la estructura organizativa de los Estados-Nación creados en el siglo
XIX se encuentra totalmente desbordada. Los Estados han entrado en
fase de desaparición, las reglas económicas en franca
desintegración, los modelos de vida en rápida descomposición, las
consciencias en estado de shock e incomprensión, y las
empresas-sociedades de capital totalmente desajustadas del medio
social, natural y físico en el que intentan insertarse y al que
destruyen y devoran con una inconsciencia que resulta increíble.
La
burocracia (así se llamaron los procedimientos que utilizaba y
utiliza la estructura organizativa basada en los principios de
igualdad, mérito y capacidad) se convierte así en incompetente, en
inadecuada, por cuanto aspira a ser fija, controlable, predictible y
cognoscible en un mundo que no lo es.
En
este paisaje muchos de nosotros intentamos crear un modelo
organizativo nuevo, y para ello tenemos, por razones legales, que
adoptar algunos institutos o formas jurídicos propios del siglo XIX,
pero que están manifiestamente desajustados en este nuevo mundo.
Hasta
aquí bien, es lo que hay. Pero con frecuencia se nos cuela el
polizón de la organización burocrática decimonónica, modelos de
organización ajenos, e incluso contrarios al espíritu y fines de
nuestro invento (iii).
Y que nos llevan en dirección contraria a aquélla en la que
queremos ir. Una burocracia que es campo de minas para nuestro
avance. Como si no tuviéramos obstáculos por delante, nos los
ponemos nosotros y nos lastramos. Así andamos.
El
mundo es líquido. Como el agua, está en cambio permanente, no tiene
forma, ni límites fijos, ni geografía, ni historia (iv).
Nunca es igual a sí mismo. Fluye sin cesar, se adapta a todo, se
divide, se disgrega, se agrega, se une, se funde, se recompone. El
espíritu de los tiempos actuales es también líquido, cambiante,
inconcluso, inquieto, informal, sin forma. Pero todo este cambio
permanente se nos vende como una mera adaptación a un mundo
cambiante, no como el surgimiento de una nueva forma de vida, no como
un cambio real. Los cambios radicales, como el cambio drástico de
las condiciones de supervivencia en la biosfera (que se denomina
ahora cambio climático), o la manifiesta obsolescencia de los modos
de producción y de financiación de los proyectos sociales (más de
las sociedades mercantiles que de las civiles), se niegan una y otra
vez, hasta que se consigue que pasen desapercibidos (v).
Si
queremos vivir verdaderamente en él, vivir como estamos dejando de
ser y como estamos empezando a ser, como seres de hoy, debemos
adaptarnos y comenzar por adoptar formas de organización que
desaparecen en cuanto acaban de crearse, formas hasta hoy impensadas,
formas que puedan tal vez servir para el nuevo mundo que viene
gracias a su extrema plasticidad, conviene vivir con el espíritu sin
forma y sin dureza, introduciendo siempre y continuamente las
modificaciones más radicales que nuestra alma y nuestro corazón
puedan imaginar.
Quien
ha visto como vuelan una bandada de patos y una de estorninos sabe de
qué hablo. Aquéllos vuelan en V, con un guía al frente, con una
forma, organizados; siguen un rumbo, que solo modifican para
adaptarse a los vientos y a su fuerza. Éstos, los estorninos, vuelan
con forma informe, confusa, sin rumbo, sin organización aparente o
adivinable; tan pronto van hacia el sur que hacia el noroeste, no
tienen rumbo ni destino. La población de patos disminuye y
disminuye, la de estorninos es ya plaga en nuestras ciudades, y no
hacen más que multiplicarse.
Pero
esta es solo una opinión, mi opinión.
Paco Puertes
Paco Puertes
i Hasta
entonces el lugar que una persona ocupaba en la sociedad, y las
funciones o profesiones que ejercía, dependían de su nacimiento,
de la familia en la que hubiera nacido, del sexo con el que hubiera
nacido, y del orden de nacimiento en relación con sus hermanos.
ii Igualdad
entendida como igualdad ante la ley, es decir, que todos pudieran
acceder al ejercicio de una u otra función según fueran sus
aptitudesiglo El propósito de esto no era otro que el de aprovechar
al máximo las capacidades de las personas disponibles, con
excepción, claro está, de los puestos situados en la cúspide de
la pirámide social.
iii La
burocracia real, aquella que pretende basarse en los ideales de
mérito y capacidad, es un invento de la burguesía decimonónica.
Aunque el veloz cambio impreso a nuestro mundo por la desubicación
de la producción que ha impuesto el predominio del capital
financiero, ha motivado una transformación de este modelo, los
cambios introducidos no han sido sustanciales, y, en cuanto
pretendemos darle un fundamento racional inteligible a dicha
burocracia, acabamos retrocediendo a los modelos decimonónicos,
únicos que en este momento poseen tal fundamentación.
iv Este
carecer de historia ha sido el sueño de todas las clases dominantes
desde que tenemos noticias de ellas. Si no hay historia solo hay
presente, y en el presente nada cambia pues el cambio supone un
pasado y un futuro (o han cambiado -por referencia al pasado- o
cambiarán -con referencia al futuro). Si nada cambia, ni ha sido de
otra manera ni será de otro modo: para qué intentar modificar nada
si es evidente que todo es inmutable? El pasado y el presente, sin
esta perspectiva histórica, no pueden ser sino repetición del
presente: sin duda este es el anhelo de toda persona en el poder: un
presente eterno donde ella ocupa un lugar privilegiado.
v La
idea la formuló con gran nitidez Goebbels, ministro de propaganda
de Adolf Hitler: si se repite las veces suficientes, cualquier
mentira se convierte en una verdad. Hoy se aplica de manera
sistemática a casi todos los mass media.
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