Empédocles, cuando conoció que su hijo
había perecido en la batalla, exclamó: “nada nuevo e
inesperado me anuncias, yo ya sabía que él, nacido de mi, también
era mortal”.
En dos
posts
de mi blog baraka
de occidente (Mi
verdadera impermanencia:
https://barakadeoccidente.blogspot.com.es/2016/10/mi-verdadera-impermanencia.html,
y Dualidad
y esencia, las dos caras de mi miedo:
https://barakadeoccidente.blogspot.com.es/2017/01/dualidad-y-esencia-las-dos-caras-de-mi.html)
ya señalé la curiosa preferencia de la filosofía occidental por
una
ontología(1)
que poblaba el mundo de esencias permanentes e inmutables, no
sometidas a la acción del tiempo.
Apunté allí que esta doble maniobra que
objetualizaba el mundo y luego lo convertía en un conjunto de seres
inmateriales (las esencias), tenía como base el miedo de los seres
humanos al cambio y la doble estructura neural perceptual visual de
nuestro sistema nervioso.
El mundo material de mi experiencia es
mudable, en él hay cambio, generación y destrucción, nacimiento y
muerte. Y eso es precisamente lo que aterra al ego: el hecho
ineluctable de que habrá de desaparecer.
No es posible! -grita el ego-, yo
no puedo desaparecer! Necesariamente tiene que haber algo más, algo
que no desaparezca, precisamente aquello que yo soy, mi verdadero yo
no puede desaparecer, mi verdadero yo es inmortal.
Es decir, aparte de lo que veo, de lo que
cambio y perece, tiene que haber otra cosa inmutable, que no cambie y
que sea eterna. A partir de ese momento el ego comienza a operar un
doble desdoblamiento en la realidad que crea (pues al creerla la
crea):
El primer desdoblamiento es del del mundo.
En él está por un lado, un mundo aparente frente a mí, mundo que
es sombra o sueño, y que es el de los objetos materiales; y por otro
lado un mundo real, verdadero, o luminoso que es el de las esencias
de esos objetos.
El mundo de las sombras, maya, es un mundo
siempre mudable. El mundo que está tras el mundo de las sombras, es
decir, el mundo de la luz; el mundo verdadero, es el mundo de las
esencias inmutables, y por ello eternas. Si las sombras son algo es
porque hay objetos verdaderos de los que son sombras, el mundo
aparente esconde a la vez que es manifestación oscura, imperfecta,
del mundo de las esencias.
El segundo desdoblamiento es el mío, esta
dualidad la traslado también a mí mismo, que paso a estar
constituido por un cuerpo material, mudable y perecedero, y por una
esencia espiritual, inmutable y eterna. Alma y cuerpo serán desde
este momento los dos elementos que me constituyen mientras esté en
este mundo, el mundo de las sobras o de las apariencias.
De esta manera parece que podemos estar algo
más tranquilos, pues aunque nuestro cuerpo se deteriora y cambia, y
como fruto de este cambio acaba por morir, nuestra verdadera esencia
no cambia, es decir, no muere. Mi esencia, que es mi verdadero ser
(recuérdese que el cuerpo material es mera apariencia, mera sombra
carente de realidad) es inmortal, yo no moriré nunca, la muerte es
una ficción, realmente no existe: yo soy eterno e inmortal. Mi ego
puede estar tranquilo.
Bien, bien. Sin duda este es uno de los
motivos que nos llevan a instalarnos en la dualidad (dos mundos, dos
partes en el ser humano -cuerpo y alma-, dos formas diferentes de
conocer -una para el mundo material, otra para el mundo espiritual) y
a postular un mundo real invisible y “más allá
del mundo de la experiencia científica”.
Pero el dualismo que acabamos de inventar
nos lleva a no entender nada. Cómo podemos explicar que el mundo de
las sombras cambie si el mundo verdadero del que es sombra no cambia?
Cómo es posible que mi cuerpo se deteriore y muera si mi esencia no
muere? Que relación puede haber entre algo inmaterial y real y algo
material e irreal? Acaso los sueños son de naturaleza diferente a la
vigilia? Y si es así, por qué es así?
Con el mundo de esencias inmutables
construyo una forma de pensar mediante conceptos que presumo también
inmutables. Y con conceptos inmutables no hay forma humana de
entender un mundo cambiante. El precio que he pagado por la
tranquilidad de mi ego es el dualismo y la incomprensión del mundo
del que tengo experiencia(2).
Estoy tranquilo porque me sé inmortal(3),
pero ansioso porque no entiendo nada de lo que ocurre, pues lo que
ocurre son los hechos, y los hechos son siempre cambiantes,
perecederos.
Para superar esta dualidad que me
intranquiliza recurro a diversas formas de parar mi máquina de
pensar mediante conceptos, recurro a técnicas de parar mis
pensamientos o de no prestarles atención. Medito o practico el
MindFullness, me sumerjo plenamente el la música, sin pensar, o me
vuelco con toda mi atención consciente en una actividad absorbente,
como bailar o bajar esquiando a gran velocidad por un bosque nevado
en una empinada montaña.
Era el dualismo que había construido, para
escapar del miedo a la desaparición que consterna a mi ego, el que
me había llevado a no entender nada o casi nada y a recurrir a la fe
para tranquilizarme frente a mi incomprensión de lo que ocurre. La
tensión entre la fe y un pensamiento racional preso de la dualidad
sólo puedo evitarla parando el pensamiento, pues prescindir de la fe
en mi esencia eterna hace que mi ego entre en pánico.
La mejor salida es enfrentarse cara a cara
con nuestro miedo a desaparecer, o mejor dicho, con el miedo de
nuestro ego a desaparecer, y asumir que somos finitos y que también
nosotros, como el planeta, el sistema solar o la galaxia que
habitamos, desapareceremos.
El camino es renunciar al dualismo, a
dividir el mundo (y a dividirme yo mismo) en dos. Renunciar a la
metafísica y a la ontología de los dos mundos, y comenzar ya a
valernos de una valiente ontología de un mundo único (con cuantas
dimensiones se quiera) sometido a un incesante cambio, un cambio que
es parte de su esencia, o mejor, su misma esencia.
El camino es admitir que la esencia de mi
ser es el cambio, como lo es la de todo cuanto hay, dioses, duendes,
mundos, sistemas planetarios, dimensiones no percibidas aún, tiempos
próximos al estallido del big bang, tiempos alejados en el futuro de
nosotros. Y que el cambio es siempre dejar de ser lo que se es para
devenir otra cosa, el cambio real es la desaparición de lo que hay y
la aparición de lo nuevo, es muerte y nacimiento continuo. Y como
todo lo que hay, también nosotros desapareceremos para dejar paso a
lo nuevo.
Para ello tenemos que dejar de pensar en
objetos y comenzar a pensar en hechos, unificar el mundo en la
acción, en la acción humana, en lugar de hacerlo en la esencia
humana. Admitir que no somos ninguna clase de objeto, ni corporal, ni
espiritual, ni racional, sino que somos una vida, una vida que
podemos hacer plena, que aquello que realmente somos es cambio.
Admitir que toda vida se vive en el tiempo,
que no hay vida sin tiempo, y que por ello la vida, como toda acción,
es un hecho, o un montón indiscernible de hechos, y que, como todos
los hechos, no pueden contener un solo objeto, una sola cosa, los
hechos exigen pluralidad de objetos como nudos de lo que ocurre. Es
decir, tenemos que admitir que nuestra vida no existe aislada del
resto del universo. Nuestro transcurrir, y cuanto en ese transcurrir
está involucrado, es nuestra vida. Por eso nuestra vida no es sólo
nuestra, hablar de mi vida, como algo exclusivo mío y separado del
mundo, es otra de las ficciones a las que recurro para fingirme
esencialmente eterno.
Ahora soy consciente de que la dualidad es
mi elección, mi construcción, y de cuales son sus causas.
Ahora puedo preguntarme: Es en esa dualidad
donde quiero vivir?
La elección es mía.
Paco Puertes
Paco Puertes
NOTAS:
1
Entiendo por ontología aquella disciplina que se ocupa de decirnos
qué es lo real, qué constituye la verdadera realidad.
2
Por eso la New Age insiste, no sin cierta razón, en que desde la
mente dual no es posible entender la realidad.
3
Por eso la New Age insiste en que mi verdadero yo no es dual, mi
verdadero yo es únicamente mi esencia, lo otro, el cuerpo no es mi
yo verdadero. Por eso yo sigo siendo yo aún cuando pueda reencarnar
en otro cuerpo. No me resisto a anotar que un yo eterno que no
reencarne debe aburrirse mucho, por lo que la reencarnación parece
casi obligada.
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