Erase
una vez un reino del oeste cuyo rey pretendía disponer de los
mejores arqueros, pues sus vecinos eran especialmente belicosos a la
par que temerosos de las flechas y saetas. Con tal propósito, el rey
organizó un concurso anual, otorgando vistosas medallas de latón
dorado a quienes, en reñido y festejado campeonato, consiguieran las
mejores puntuaciones en el tiro con arco a una diana; el ganador de
la medalla era incluso distinguido por el rey, quien lo sentaba a su
mesa en el ágape con que cerraba dicha festividad.
Con
el tiempo, tal concurso alcanzó gran popularidad,
tanta que todos los habitantes del reino, grandes y pequeños,
soñaban con ganar el concurso de tiro, y preparábanse durante todo
el año para tal evento.
Los
reyes vecinos, temerosos de tanto arquero atinado, enviaron al reino
de nuestro cuento a una bruja que tenía la facultad de nublar el
espíritu de los hombres.
La
bruja se instaló entre los pobladores del reino aparentando ser una
humilde costurera, pero por las noches se dedicaba a realizar sus
oscuros conjuros. Al fin, con sus hechizos consiguió privar a la
población de toda capacidad de discernimiento y de análisis
crítico. Presos del embrujo, los habitantes de nuestro reino,
deseosos todos de conseguir la medalla del concurso, creyeron que el
objetivo que debían perseguir en esta vida era la obtención de las
bonitas medallas de latón dorado, así que se pusieron como locos a
fabricarlas sin límite, o a obtener el dinero necesario para
comprarlas, dedicando cuantas horas podían sustraer a las tareas
imprescindibles para la subsistencia, a tales actividades y
objetivos.
De
este modo, y poco a poco, se fueron abandonando los armeros y
establos, que faltos de cuidados comenzaron a deteriorarse, las
calles, plazas, y
fuentes,
que acabaron por estar intransitables y fuera de uso, las murallas y
torres de defensa del reino, que perdieron toda utilidad de tantos y
tan grandes agujeros como tenían, y, por supuesto, la práctica del
tiro con arco, e incluso los arcos mismos, que faltos de engrase, se
secaron y agrietaron.
El
resto del cuento podéis imaginarlo a vuestro gusto, pero os puedo
adelantar que el rey de este pequeño reino murió a manos del
verdugo de Teoloses, rey de las tierras fronterizas del norte, y el
concurso de tiro con arco no volvió a celebrarse jamás.
Francisco
Puertes
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