SIN ESCLAVITUD NO HAY PATRIARCADO





AMO Y ESCLAVO: LA CARA OCULTA DEL PATRIARCADO.
Georg Wilhelm Friedrich Hegel -1- fue un filósofo alemán que vivió en la bisagra de los siglos XVIII y XIX. Estos son los años en los que el sistema feudal, ya muy transformado pero todavía vigentes los principios filosóficos que lo fundamentan -2-, se resquebraja. Da así paso a un nuevo sistema que ha diseñado y acabará por implantar la burguesía europea. El nuevo sistema burgués, que se denominará finalmente “capitalismo”-3-, tiene en este momento como divisas tres ideas filosófico-políticas rectoras: “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”.
En el capítulo IV, apartado A, titulado “Autonomía y no autonomía de la autoconsciencia; dominación y servidumbre” de su obra Fenomenología del espíritu -4-, Hegel habla de las relaciones entre señor y siervo (que se conocerán después como la dialéctica entre el amo y el esclavo).
Ciertamente el modelo que Hegel tiene delante al escribir este texto es la transformación que está experimentando la sociedad europea, la caída del antiguo régimen para dar paso a una nueva sociedad, la burguesa, con otras concepciones filosóficas como base, y, en consecuencia, con otro tipo de relaciones entre las personas y las clases sociales. Sin embargo, en la medida en que en las relaciones humanas predomine la dominación de unos y la sumisión de otros, su análisis tiene una validez casi universal. Es decir, la reflexión hegeliana tiene un marcado carácter filosófico y es, por ello, de validez general.
También es necesario aquí recordar que Hegel no habla propiamente de clases sociales, no habla de quiénes son considerados socialmente señores o nobles y de quiénes se consideran siervos o esclavos, sino que siervo” y “señor” son dos actitudes de la consciencia: La misma consciencia puede ser consciencia señorial o consciencia servil, actitud de señor o actitud de esclavo -5-, y ninguna consciencia es sólo de amo o de esclavo, toda consciencia es a la vez consciencia de siervo y consciencia de señor.
Al parecer todo empieza con la necesidad de reconocimiento que tenemos los seres humanos.
El deseo del animal y el deseo del ser humano son distintos -6-. El animal desea negando el objeto de su deseo -7-, desea para consumir o usar lo que desea, para incorporarlo a sí mismo, negándolo así. El deseo del animal es deseo de una cosa, el deseo animal cosifica el objeto de su deseo, lo niega y lo convierte en sí mismo o en el uso que hace de lo deseado -8-. Cuando lo deseado es consumido deja de ser lo que era, cuando es usado, el animal lo abandona y deja de existir para él. El objeto del deseo animal (también cuando este deseo animal lo tiene un ser humano) es siempre una cosa, o algo que ese deseo considera o trata como si de una cosa se tratara; y es una cosa que el deseo quiere consumir, convertir en el mismo ser que desea o en su prolongación en la acción.
A diferencia del animal, el ser humano desea el deseo del otro. El ser humano desea ser deseado, pues mediante el deseo del otro se convierte en humano. El deseo del otro lo reconoce como objeto y sujeto de su deseo, mediante el deseo del otro es reconocido como ser deseante y deseado, como un igual -9-. Este deseo implica al otro y acaba en una lucha por el reconocimiento -10-.
Por decirlo en la jerga filosófica, la primera acción antropógena se da en forma de lucha: dos seres que para saberse humanos deben imponer al otro un reconocimiento. Para que uno pueda hacerse reconocer deberá comprender que el otro también niega su vida animal y que está dispuesto a arriesgarse en una lucha a muerte por el reconocimiento.
Sin embargo, en esta lucha cae en la cuenta de que de nada le sirve matar al adversario, pues no es el reconocimiento de un muerto inerte lo que anhela, los muertos no brindan reconocimiento alguno a nadie. Algo importante y significativo debe ser conservado si quiero obtener ese reconocimiento, por lo que la supresión ha de ser dialéctica, es decir, dejarle la vida y la consciencia y destruir sólo su autonomía. Dicho de otro modo, debe someterlo.
En la lucha cede (y pierde) quien teme a la muerte, quien prefiere someterse a morir. El siervo, el esclavo lo es por miedo. El señor no teme, arriesga su vida hasta el fin y en todo momento -11-. El señor somete al siervo.
Así, instalada la servidumbre (o el esclavismo) el señor obtiene el reconocimiento del siervo como señor, el siervo reconoce al señor como su señor. No obstante este reconocimiento no es suficiente pues el siervo no tiene la condición de ser humano, pues un ser humano se distingue por ser libre y quien renuncia a la autonomía, a la libertad por miedo pierde su condición de humano. El reconocimiento sólo puede venir de un igual y el igual del señor es otro señor.
Son los otros señores los que me reconocen como señor. Pero los otros señores, también son guerreros, tienen que ser guerreros pues se convierten en humanos al arriesgar su vida por ser libres y por obtener el reconocimiento del otro, el otro cuyo reconocimiento me humaniza es un igual a mí.
De este modo el otro señor que me reconoce es mi enemigo, mis enemigos son la medida de mi propia valía. Cuando los otros señores me reconocen como su enemigo me hacen humano, pues reconocen mi valor y mi disposición a jugarme la vida por mi reconocimiento. Por eso son tan importantes, por eso los honro y les rindo culto, por eso los respeto y les agradezco -12-.
Y esta guerra no tiene fin, pues el señor puede morir como señor tratando de imponerse al otro en la lucha por el reconocimiento, pero no puede vivir como señor. Si el reconocimiento de un igual se obtiene en la batalla, en la paz no hay reconocimiento. En la guerra tiene un oponente igual que le reconoce, su enemigo, pero sin guerra sólo es reconocido por el siervo, y ese reconocimiento no le sirve, pues él mismo no reconoce al siervo como su igual, como un ser humano.
Sin embargo, mientras lucha, el señor no ha aprendido a crear nada, solo somete y destruye; solo guerrea. Es el siervo el que crea, crea la cosecha, crea la casa, crea el vestido, crea la armadura del señor, la forja, el granero, las armas, los carros…, la creación y el saber de transformar la naturaleza le pertenecen. El señor está a su merced, no es capaz de sobrevivir sin el siervo, no sabe valerse por sí mismo. En la supervivencia del día a día el señor se ha convertido en esclavo de su siervo, y el siervo en amo de su señor. Quien tiene el poder de la creación y de la supervivencia, quien tiene el poder de la reproducción y de la transformación de la naturaleza, quien tiene la autonomía material frente al medio natural es el siervo; de él depende, en todo, el señor. El señor es un minusválido dependiente.
Una vez ha reducido al otro a la servidumbre, su relación con las cosas está mediatizada por el siervo, su goce y fruición del mundo se produce con la mediación del siervo.
El siervo, si bien está a merced del señor, se educa y forma por la transformación del mundo y para la transformación del mundo a través de la técnica, que le permite así convertirse en amo de la naturaleza.
Al señor le falta así una de las características más propiamente humanas: la creación.
Cuando el siervo adquiere consciencia de su poder comienza a querer liberarse del sometimiento a su señor, pero como sigue teniendo miedo a la muerte opta por una dominación callada de su señor, una dominación invisible, astuta, constante y aparentemente sumisa. Aparentemente sumisa porque el señor ha de creer que él es quien sigue dominando, que él es el amo: si descubre la estratagema del siervo lo vuelve a someter por la fuerza, cuando no lo mata. Las apariencias son de sometimiento del siervo y de dominio del amo, pero quien tiene el poder real es el siervo.
Pero el siervo realmente no es libre pues está sometido al señor, y lo está por miedo, por un miedo fundado en la mayor fuerza y entrenamiento para la lucha del señor.
Esta situación es inestable, pues de este modo el siervo domina calladamente, es decir, no consigue nunca el reconocimiento de su señor, por lo que su lucha contra el señor, su lucha artera de dominación no puede cesar hasta que no obtenga el reconocimiento del señor como el de un igual, hasta que no consiga librarse del yugo del señor.
Las apariencias no reflejan la realidad, y las relaciones de dominación son dialécticas y ocultas. Son relaciones de poder bidireccionales, pero sólo se ve en ellas una de las direcciones: la dominación del señor sobre el siervo, y se ignora la dominación del siervo sobre el señor.
El patriarcado, como toda dominación humana por sometimiento del otro, sigue este esquema: el papel de señor lo hace el hombre, el de siervo, la mujer. Así la mujer carece de derechos -13-,legalmente está muchas veces por debajo del hombre, también económica, política, y socialmente. Sin embargo la mujer ejerce sobre el hombre un callado dominio -14-, y lucha constantemente por su total liberación, sin hacer ruido, sin que el hombre se dé cuenta, sin que lo descubra, pues cuando lo hace, cuando lo descubre intenta someterla de nuevo por la fuerza llegando incluso a su aniquilación -15-.
Hasta que no se alcance la igualdad esta dialéctica no tendrá fin. Y la igualdad no es posible hasta que quien tiene la fuerza adquiera consciencia de la castración que para él supone el ejercicio de esta fuerza, hasta que el hombre se dé cuenta de que su dominio político, económico y social sobre la mujer lo convierte en un incapaz de muchas cosas, en un castrado emocional y un disminuido para la creación y la supervivencia en sociedad.
La dialéctica del amo y el esclavo es también la del hombre y la mujer en el patriarcado. Y es ahora cuando asistimos precisamente al final de este período.
Las estructuras patriarcales llevan entre nosotros unos 7.000 años, por lo que no es esperable que se transmuten en unas pocas décadas.
7.000 años es muy poco comparados con los 300.000 años -16- que han transcurrido desde que se produjo el salto evolutivo que convirtió a nuestro remoto antepasado en un ser humano. Tampoco podemos esperar que algo tan nuevo tenga las raíces suficientemente fuertes y numerosas para poder resistir el embate de los movimientos por la emancipación de la mujer. Máxime cuando esa emancipación parece ser una de las pocas salidas que tiene este sistema económico social depredador y devastador de vidas y planeta, y negador sistemático de la humanidad de quienes deberían ser considerados humanos desde el mismo momento su nacimiento.
La emancipación de la mujer y el final del patriarcado es un interés colectivo, de la humanidad entera, tanto de hombres cuanto de mujeres. Adquirir consciencia de este hecho es hoy urgente y prioritario.
En esas andamos.
Paco Puertes.
NOTAS
(1) Stuttgart, 27 de agosto de 1770 – Berlín, 14 de noviembre de 1831.
(2) La relación entre señores y siervos, trasformada ahora en el predominio de la nobleza sobre el resto de la población, que ya no es estrictamente de “siervos”, aunque predominen éstos.
(3) La expresión “capitalismo” es especialmente adecuada, pues los propietarios de las grandes empresas dejan, poco a poco, de ser éste o aquél señor, ésta o aquélla familia, para pasar a serlo el capital, es decir, los poseedores anónimos (de ahí la denominación de “sociedades anónimas”) de las acciones en que se divide el total del capital (que incluye los recursos) de una empresa.
(4) En alemán Phänomenologie des Geistes, publicada en 1807.
(5) Para la interpretación de dicha dialéctica del amo y del esclavo recurro aquí a las interpretaciones de A. Kojève (La dialéctica del amo y del esclavo en Hegel. Ed. La pléyade. Buenos aires, 1982) y J. Lacan (Seminario 16, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2008). Queda aquí dicho y evito así las continuas referencias a uno y otro autor.
(6) Actualmente sabemos que algunos mamíferos experimentan emociones y sentimientos, pero esto no era nada evidente el tiempos de Hegel. En cualquier caso parece que la mayoría de los animales no los experimentan, ni los moluscos, ni los peces, ni los insectos, ni los reptiles, ni las aves, etc. Esta distinción entre humano y animal en nada empaña la reflexión hegeliana, pues lo único que tal vez se cuestiona es qué animales pueden considerarse humanos y cuáles no.
(7) Para Hegel el deseo es la presencia de una ausencia, es la presencia en el sujeto de algo que no tiene, de algo que no existe en el mundo espacio temporal. El deseo siempre apunta al futuro. El deseo de ser deseado es deseo de otro, el solipsismo de la New Age cuando propone anteponer el amor a sí mismo, anteponer ser deseado por uno mismo a desear el deseo del otro, es una reminiscencia del cristianismo en forma invertida: del “amarás al prójimo como a ti mismo” deducen que el sujeto debe amarse a sí mismo primero. Pero esa deducción es como poner el carro delante del caballo.
(8) El mecanismo del deseo es la transformación, o la negación, o la asimilación de lo deseado.
(9) El ser humano real y verdadero es el resultado de su interacción con los otros, su primer yo y la idea primera que se forma de sí mismo están mediatizadas por el reconocimiento que obtiene de los otros a través de su acción. Sólo existe ser humano en la manada.
(10) El reconocimiento en Hegel no tiene un significado cognitivo, como se le da desde que se inventó el término “mente”. No se trata de que el otro reconozca que yo también tengo “mente”, que soy también un ser pensante. El reconocimiento lo entiende desde el punto de vista de la filosofía del derecho, reconocer a alguien es reconocer su derecho, reconocerle sujeto de derechos. Es también atribuirle un valor a algo o a alguien, reconocer que puede ser objeto de derecho, pues sobre lo que tiene valor se puede tener un derecho.
(11) Qui resistit, vincit. Parece ser que esta es una máxima latina de Persio y que sería tal vez aplicable aquí.
(12) Freud, en su obra Totem y Tabú dice que existen dos prescripciones tabú principales. Estas son: el incesto y la prohibición de comer carne del mismo totem. Después de ellas, habla de otras tres: el tabú del enemigo, el tabú del rey o jefe y el tabú de los muertos.
(13) Todavía hoy en muchas culturas carece de derechos o los posee disminuidos en relación al hombre. Hace apenas unas pocas décadas incluso en los países más avanzados las mujeres carecían de todo derecho político y de muchos de los derechos civiles, y su sometimiento legal al hombre era fortísimo.
En la dominación del siervo por el señor tampoco el esclavo tiene derechos, solo los tiene el señor, la nobleza. Los demás únicamente comenzarán a conquistar algunos derechos tras la revolución francesa.
(14) Para ejercer este dominio se vale muchas veces de la líbido del hombre, de su deseo sexual. Pero este es un aspecto del que hablaré en otra ocasión, por más que pueda ser importante en la medida en que implica la reproducción -del ser humano y del patriarcado- y la producción de un heredero del hombre.
(15) De acuerdo con el registro realizado en la base de datos de Geofeminicidio, en el periodo 2010-2015 se registraron en el Estado español 586 feminicidios (86%) y 95 asesinatos de mujeres (14%), es decir, un total de 681 casos. Los datos sobre hombres asesinados por sus parejas son mucho más confusos, pero parecen situarse en torno a los 150 casos en el mismo período; la mayor parte de los asesinatos de hombres son cometidos por otros hombres.
El señor, cuando no puede someter al siervo que se revela contra él, lo mata. Y mata también al otro señor con el que guerrea. Quien mata es mayoritariamente el señor.
(16) La duración de estos dos períodos es discutida, especialmente respecto del patriarcado, que al parecer no apareció al mismo tiempo en todos los lugares en los a ahora impera. Para no entrar en debate he dado los valores medios. En todo caso la proporción entre un período y otro es la que corresponde a los datos que doy.


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