La
ilusión radica simplemente en nuestro punto de vista. todo lo creado
es aparente.
Liberarse
del karma es trascender el mundo de los fenómenos.
El
tema básico constantemente repetido en la mitología hindú es la
creación del mundo mediante el autosacrificio de
dios(1), donde dios se convierte en el mundo, el cual, al final,
vuelve a ser dios de nuevo. A esta actividad creativa de la divinidad
se la llama ‘lila’, el juego o el teatro de dios, y el mundo es
considerado como el escenario de la obra divina.
Como
la mayor parte de la mitología hindú, el mito de lila tiene un
fuerte componente mágico, Brahmán es el gran mago que se transforma
en el mundo y realiza esta hazaña con su mágico poder creativo, y
este es el significado original dado a ‘maya’ en el Rig
Veda. La palabra maya -uno de los términos más
importantes en la filosofía hindú- ha ido cambiando de significado
con el paso de los siglos. De ser el poder y la fuerza del actor y
mago divino, llegó a significar el estado psicológico de cualquiera
que se halle bajo el encanto de su obra mágica. Mientras confundamos
los millones de formas de la divina lila con la realidad, sin
percibir la unidad de Brahmán subyacente a todas esas formas,
estaremos bajo el encanto de maya.
Así
maya no significa que el mundo sea una ilusión, como equivocadamente
se afirma con frecuencia. La ilusión radica simplemente en
nuestro punto de vista, si creemos que las formas y las
estructuras, las cosas y los sucesos que nos rodean son realidades
del mundo en sí mismo considerado, en lugar de darnos cuenta de que
son conceptos de nuestra mente que todo lo mide y clasifica. Maya es
la ilusión de tomar esos conceptos por la realidad, la ilusión de
“confundir el mapa con el territorio”(2).
En
este sentido, las palabras del evangelio de Juan tienen un
significado doble y más profundo del que habitualmente se les da.
Veamos qué nos dice Juan, e intentemos leerlo con los nuevos ojos
que nos da lo que ya sabemos y nuestra intención de no juzgar a
través de los anteojos que los condicionamientos y nuestra educación
han puesto a nuestro espíritu: “Al principio era el verbo, y el
verbo estaba en dios, y el verbo era dios. Él estaba al principio en
dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él no se hizo
nada de cuanto ha sido hecho. En él estaba la vida, y la vida era la
luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas
no la abrazaron.”(3).
Para
aproximarnos a la intelección del mensaje
de Juan debemos dar un pequeño rodeo por el significado de la
palabra ‘verbo’. ‘Verbo’ -y más aún en mayúsculas, como
suele aparecer en el evangelio de Juan- es el lenguaje, aquello que
nos permite entender el mundo, y, al entenderlo, vivir en él,
sobrevivir.
Sabemos
ya que el lenguaje es convencional, y que no es el mismo lenguaje el
japonés que el castellano(4), y sabemos que tampoco existen en uno y
otro lenguaje los mismos conceptos, pues hay palabras que incluso con
la más larga perífrasis no aciertan a traducirse en su significado
originario. Así, según desde qué lenguaje lo hagamos, el mundo lo
entendemos de modo distinto, más aún, el mundo que entendemos es
distinto, pues para nosotros no hay más mundo que el que percibimos,
y no podemos percibir sin interpretar, e interpretamos desde el
lenguaje, y lenguajes diferentes construyen mundos diferentes(5)
(¿por qué pues nos entendemos en lo fundamental hombres de culturas
tan distintas?).
El
lenguaje crea el mundo, el concepto crea la cosa, es gracias al
lenguaje, al verbo, que se crea el mundo, y es el verbo el que es la
luz de los hombres, aquello que les permite entender, discernir,
discriminar(6).
Y
si el lenguaje permite entender el mundo, puesto que lo crea, es
indudablemente logos, aquello que no solo
nos posibilita entenderlo, sino que le da inteligibilidad
al mundo, el lenguaje es inteligencia y lógica del mundo.
Pero,
¿cuál es el mundo al que se refiere Juan?. La respuesta, por más
que obvia, no es baladí en este contexto: Juan está hablando del
mundo físico, del mundo en el que vivimos y nos movemos todos los
días, de las cosas, las casas, las personas, las instituciones
políticas..., del mundo de lo que nos aparece a nuestros sentidos y
a nuestro entendimiento, del mundo de lo fenoménico(7). Así, el
mundo de lo fenoménico es el mundo de la apariencia, el mundo de lo
que aparece o aparente, y lo que aparece es precisamente lo que no
estaba antes, y, nos dice Juan, no estaba porque no era, aparece
porque es creado.
La
consecuencia evidente es que todo lo creado es aparente, no
tiene en sí su propia necesidad de ser, para Juan esa necesidad
está en dios, lo único necesario. El mundo es pues contingente, lo
que es pero podría no ser, lo que, estrictamente, no llega nunca a
ser, lo aparente(8) -solo dios es, su esencia es ser(9)-.
Pero
Juan nos dice más cosas, nos dice que el lenguaje está también en
dios, y está en dios desde los orígenes, que también la creación
divina se ha realizado mediante el lenguaje. ‘Verbo’ debe pues
tener algún significado más profundo, más allá de la
convencionalidad del lenguaje hay una
estructura lingüística que pertenece a la misma creación divina,
al mismo logos que permite la distinción y diferenciación de las
cosas a partir del uno indiscriminado, a partir de la unicidad divina
originaria(10). Es el verbo divino el que permite la creación, el
surgimiento de lo múltiple a partir de lo uno, la aparición del
mundo, pero, puesto que el mundo es también uno -al menos el mundo
en que vivimos- el logos que lo crea es uno, y todos los lenguajes
convencionales de los hombres, en la medida en que crean un mundo
operativo, un mundo en el que los hombres se mueven con cierto éxito,
deben participar de esta estructura lógico lingüística del verbo
divino, del lenguaje creador: todos los lenguajes humanos tienen
ciertas estructuras comunes inmutables mientras se utilicen para
referirse a este mundo fenoménico con cierto grado de éxito,
mientras se usen para moverse en el mundo físico con acierto
relativo.
Nos
dice Kant que nuestra capacidad de
entender(11) opera mediante conceptos, y que son precisamente los
conceptos, especialmente algunos de ellos a los que Kant llama
conceptos puros a priori(12) o categorías, los que utilizamos para
construir la experiencia, y por ello para entenderla. La experiencia,
las cosas para nosotros, o fenómenos, como dice Kant, las
construimos a partir de ciertas formas puras a priori de la
sensibilidad(13) y del entendimiento. Los fenómenos los construimos
mediante conceptos, y son precisamente los conceptos los que, por
ello, nos permiten entenderlos.
Pero
no son todos los conceptos los que usamos necesariamente para
construir el mundo fenoménico, sino únicamente algunos de ellos,
que son independientes de toda experiencia y, por eso mismo, forman
parte de toda experiencia posible. A estos conceptos especiales Kant
los llama “categorías”. Los conceptos puros a priori(14)
resultan ineludibles en la construcción de nuestra experiencia, del
mundo fenoménico, y ello por alguna razón que puede tener que ver
con la estructura intelectiva y perceptiva
humana, o, como nos dice Juan, por la misma estructura del mundo
fenoménico, acorde con el logos que ha producido su existencia(15).
Y entre las categorías me interesa ahora resaltar el papel de la
causalidad.
Para
Kant la causalidad es un concepto puro a priori, es decir, un
concepto ineludible para nuestra construcción del mundo fenoménico,
del mundo que experimentamos a diario. No proviene de la experiencia
-es puro- y es anterior a ella -es a priori-, pero la experiencia no
se puede construir sin su concurso. Ello quiere decir que el mundo
fenoménico está gobernado por la causalidad, que es un mundo donde
rige la causa y el efecto, donde todo tiene causa, y donde todo
produce algún efecto, por más que no lleguemos a conocerlo: nuestra
experiencia es causal, la ignorancia de cuál sea la causa de algunos
fenómenos no quiere decir que no la tengan, pues en la experiencia
todo fenómeno tiene una causa(16).
Sin
embargo no solo están los fenómenos, las cosas para mí, mi
experiencia; es de creer que si hay un mundo fenoménico, es porque
hay uno nouménico, un
mundo en sí mismo considerado, al margen de mi percepción de él.
El mundo de mi experiencia, las cosas para mí, presupone la
existencia de cosas en sí mismas(17).
Poco
podemos saber de las cosas en sí, del noúmeno, pues, por
definición, está fuera del logos (fuera del mundo creado por el
dios del evangelista Juan), y es, por tanto, ininteligible. Sin
embargo podemos saber lo que no pertenece al noúmeno, lo que no
pertenece a las cosas en sí mismas: las categorías, aquellos
conceptos que necesariamente utilizamos para construir los fenómenos,
que sabemos que los ponemos nosotros, nuestra facultad de
entendimiento. Y entre ellas, me vuelve a interesar destacar la
causalidad: el noúmeno no tiene causa y tampoco tiene efecto(18).
He
hecho esta excursión por Kant para que podamos entender, desde
nuestra perspectiva occidental la noción de karma
y su superación, pues aunque Kant pueda resultarnos
difícil o desconocido, no deja de ser un filósofo
occidental, más próximo a nosotros que los sistemas filosófico
religiosos orientales.
El
karma es precisamente la causalidad universal(19), aquellas
consecuencias con las que tenemos que cargar en esta vida por
nuestros actos anteriores, usualmente en vidas pretéritas. Pero el
karma es una cadena interminable, nuestros actos están sujetos al
karma, y ello es tanto como decir no sólo que son consecuencia de
otros actos anteriores, sino que son causa de otros actos
posteriores: todo cuanto hacemos está influido por el karma y, a su
vez, genera karma.
El
proceso kármico es así una cadena
interminable de la que no es dado salir excepto mediante la
iluminación, la percepción o la unión con la divinidad, o la nada,
o como quiera que se llame en cada escuela concreta. Salirse del
karma exige trascender el mundo de la experiencia sensible cotidiana,
el mundo de los fenómenos, el mundo de la apariencia, exige acceder
a otra realidad en la que no son aplicables los conceptos(20), un
mundo al que no es aplicable el logos con el que construimos el mundo
empírico, y que, por tanto, no ha sido construido por el logos, no
ha sido construido por dios.
Ello
no quiere decir que afirmemos que todo es uno, que nos lo creamos y
que así nos liberemos del karma, pues tal afirmación se vuelve a
hacer desde el lenguaje, desde el logos(21), pero esta vez desde la
indistinción conceptual, desde la confusión de lo uno con lo otro,
con lo que no es mas que, desde, por decirlo con Hegel,
‘la oscura noche donde todos los gatos son negros’(22), cayendo
así en lo que Juan consideraba difícil: que las tinieblas abracen a
la luz(23), pues
es el la oscuridad donde nop acertamos a distinguir unas cosas de
otras, donde propiamente hablando no vemos cosas, no vemos nada, todo
es una única
negrura indiferenciada.
Liberarse
del karma es trascender el mundo de los fenómenos, de la
apariencia, darse cuenta(24) que este mundo es una construcción
nuestra, de nuestro logos, que no son las cosas en sí mismas, el
noúmeno, que la causalidad no rige en el mundo nouménico, o, al
menos, no necesariamente(25). Es entrar en una percepción de la
realidad no conceptual, fuera (o por encima, por debajo o por detrás)
del logos, inmutable, no sujeta al tiempo ni al espacio(26), darse
cuenta de que el cambio (fruto del tiempo), el aquí o allí (fruto
del espacio), y la pluralidad (fruto de la distinción conceptual)
son apariencia, es decir, mero fenómeno, pero no la realidad en sí.
Y a esta percepción no se llega de modo natural, sin trabajo, sin
ejercicio o sin esfuerzo(27).
Originariamente
en el Gita
el karma es la fuerza creadora, es aquello de lo que obtiene su vida
todo cuanto hay, es lo que crea mediante la distinción y la
ordenación, es el logos de Juan. Solo con el paso de los siglos
karma acaba siendo la atadura a la que nos lleva la ilusión de maya.
Así, liberarse del karma es liberarse del logos, trascender el
lenguaje, llegar a la percepción de aquello de lo que no se puede
hablar, por decirlo con Wittgenstein,
y hacerlo sin el recurso a nuestros sentidos ni a nuestro
entendimiento (pues de este modo caeríamos en la ineludibilidad
del
espacio, el tiempo y las categorías).
Paco
Puertes
NOTAS:
(1)
‘Sacrificio’
en el sentido general de ‘sacralizar’.
(2)
Fritjof Capra: El
Tao de la física.
(3)
Evangelio
de Juan,
I, 1-5.
(4)
Aunque
existan
ciertas estructuras comunes a todos los lenguajes.
(5)
A
este respecto puede leerse el libro de George Lakoff, No
pienses en un elefante,
o consultarse los fundamentos de las técnicas de la programación
neurolingüística.
(6)
Y,
como también dice el evangelio de Juan,
la luz no se deja absorber por las tinieblas, por el todo
indiferenciado
e
indistinto, por el uno confuso y sin matices.
(7)
‘Fenómeno’
tiene precisamente ese significado ‘lo que aparece’, ‘fenoménico’
es pues lo que goza de la cualidad del fenómeno, es decir, la
apariencia, el hecho de aparecer de las cosas y los hechos.
(8)
Por
eso le dice a Moisés, desde la zarza ardiente: ‘yo soy el que
soy’. Pero no hablaremos hoy de eso.
(9)
Y
también otro día hablaremos de qué quiere decir que el diablo,
como dice la Biblia, sea padre de la mentira y príncipe de este
mundo. La mentira no es más que el discurso sobre lo que no es,
sobre lo que parece ser pero no es (si fuera el discurso sobre lo que
no es de un modo absoluto no sería mentira, sería fantasía, la
mentira necesita ser creíble para ser mentira, necesita parecer
verdad, referirse a lo que parece pero no es, a lo aparente), y
lo que no es en sí mismo es el mundo fenoménico.
(10)
Aquí
la Biblia y el Rig Veda coinciden hasta extremos aparentemente
sorprendentes.
(11)
A
la que llama entendimiento.
(12)
Pues
los considera previos a toda posible experiencia.
(13)
Por
sensibilidad
Kant
entiende lo que nos permite tener sensaciones a través de los
sentidos.
(14)
Es
decir, las categorías.
(15)
Platón
nos dirá que las ideas son el modelo de las cosas del mundo
sensible, gozando éstas de una realidad semejante a las sombras (el
mundo de las sombras o de la caverna, lo llama Platón) y aquéllas
de una realidad plena, de una realidad propiamente dicha. Pero ésta
es una historia que dejamos también
para
mejor ocasión.
(16)
O,
como dicen los teólogos católicos, todo cuanto ocurre es
contingente, no tiene en sí mismo la razón de su existir, y
necesita para ello de algo que se la proporcione. Aunque esta
afirmación no es coincidente con la kantiana, no hemos querido dejar
pasar su punto de contacto.
(17)
O
cualquiera que sea su denominación, pues ‘cosa’ es también un
concepto, y, por tanto, algo que utilizamos para construir la
experiencia.
(18)
Lo
que no quiere decir que sea incausado,
pues ‘incausado’ es también un concepto, y por ello puesto por
nuestro entendimiento. Como señala Wittgenstein, en su Tractatus
lógico filosófico, de
ello nada podemos decir, y ‘de lo que no se puede hablar, mejor es
callarse’, indicando así que el lenguaje es un medio inidóneo
para
referirnos a esta realidad.
(19)
En
uno de sus aspectos, pero
no es éste el único.
(20)
Y especialmente no le es aplicable la categoría de “causa”.
(21)
‘Uno’
no es más que un concepto del entendimiento, como diría Kant.
(22)
Prólogo
a su Fenomenología
del
espíritu, aunque
Hegel, por ser alemán, habla de la noche en la que todas las vacas
son pardas.
(23)
Y
desde aquí solo puede salir desorientación.
(24)
Por este “darse cuenta” entiendo percibir, sentir, no meramente
entender. Es mas, este percibir lleva parejo el no entender, es
acceder a una comprensión de la totalidad más allá del
entendimiento.
(25)
Al
hablar del hinduismo,
señala F. Capra (o.c.)
que ‘liberarse
del encanto de maya y romper los lazos del karma significa darse
cuenta de que todos los fenómenos que percibimos con nuestros
sentidos son parte de la misma realidad. Significa experimentar, de
una manera concreta y personal, que todo, incluyendo nuestro propio
yo, es Brahmán’.
(26)
No
he querido recordar aquí que, para Kant, el tiempo y el espacio son
también formas puras a priori, aunque no de nuestro entendimiento,
sino de nuestra sensibilidad. Espacio y tiempo no provienen de la
experiencia ni de las cosas en sí, espacio y tiempo son los
elementos que pone el sujeto perceptor para ordenar los fenómenos en
su construcción de la realidad empírica, de su experiencia
inteligible, pero no pertenecen al mundo nouménico. Esta omisión no
ha sido casual, lo he obviado por ser menos intuitivo que la
utilización de las categorías, y porque no quería impartir aquí
un curso sobre Kant.
Por
eso mismo acceder a esta percepción que trasciende lo fenoménico no
es únicamente acceder a una realidad sin causalidad, sino también
sin espacio ni tiempo.
(27)
Insisto en que ello no quiere decir que lo contrario sea el mundo
nouménico, el de las cosas en si mismas, pues lo eterno, lo
inmutable, lo puntual -espacialmente hablando- o la unicidad son
meros conceptos, frutos también del logos. Pero esto ya lo he dicho
antes.
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