ERRAR
EL EL CAMINO
Hay
tres caminos oscuros, de descenso, de pérdida de un@ mism@, de
abandono de la condición humana:
-
el camino de la perfección,
-
el camino de la búsqueda y
-
el camino de la santidad.
Sin
duda no son los únicos caminos de descenso, pero conducen sin
remisión a los infiernos, a esos infiernos que están entre
nosotros, y que, como todo infierno, exigen nuestra muerte. Pero en
estos casos se trata de una muerte en vida, de una zombinización,
nos llevan a convertirnos en muertos vivientes.
El
camino hacia la perfección es tal vez el que goza de mayor prestigio
en la sociedad capitalista de pensamiento único: Ser mejores cada
vez, hacer las cosas mejor, ser más eficaces, más certeros, más
productivos. Eso vende. Eso compra.
Pretendemos
hacer mejor hasta el no hacer, que el descanso y el ocio sean
eficaces, que la diversión sea productiva, que me divierta mucho y
mejor cada vez.
O
incluso que se subordine a lo que hago, que el reposo y distracción
sean el reposo del guerrero, para que así se pueda reincorporar
pronto, muy pronto, al combate con denodados valor y energía.
Reposar para producir, relajarse para concentrarse luego más y
mejor.
De
este modo se convierte en una meta vacía, y el camino hacia ella en
un camino hacia ningún sitio, como el del perro que persigue con
ahínco su propia cola. Nuestro objetivo es ser mejores, ser más
eficaces cada vez. Eficaces en qué? Mejores en qué? No importa,
sencillamente ser mejores, ser eficaces. Lo que importa es que la
nave en la que viajo vaya muy veloz, cada vez más deprisa, no
importa el rumbo, sino la velocidad.
Se
me dirá que no es eso, que lo que se está diciendo es que, una vez
escogido el fin, una vez marcada la meta, nuestro objetivo
secundario, subordinado a aquél primer e importante objetivo, es la
eficacia, la mejora personal en su consecución, en el logro de
nuestra meta.
También
me dirán algun@s que distorsiono las
cosas, que confundo la velocidad con el tocino, que tampoco es eso,
que lo que se dice es que cuando hemos decidido hacia dónde ir hay
que ponerse en camino con diligencia y caminar, mantenerse en el
camino y descansar cuando sea necesario, pero caminar sin parar, sin
detenernos más que en las posadas para reponernos y repostar. Aunque
no se corra.
Nuestra
vida se convierte así en perseguir una meta, un objetivo que nunca
perdemos de vista. No digo que nos prohibamos en el futuro cambiar de
meta, sino que en este preciso momento, en el presente, pretendo
tenerlo ante mí, tener presente mi objetivo, de forma que lo que
hago me conduzca a su consecución. Mi meta la tengo así siempre
presente, nunca la pierdo de vista. Aunque la pueda cambiar en el
futuro, la cambiaré por otra meta que tampoco perderé de vista en
mi vida diaria, en mi presente. Mi vida en función de mi meta,
subordinada a mi objetivo.
El
conductor de la caravana se convierte en el dirigente de nuestra
comunidad, de la comunidad que forman mis muchos yoes, máscaras,
personalidades y nafs. Ya no es una población, ya no es mi aldea, es
una caravana. Los disidentes, los que no quieren caminar, se quedan,
se abandonan, no siguen con nosotros, no frenan nuestra marcha.
Es
una caravana con un buen guía-líder: ni buscamos el camino, ni
andamos en círculos, ni construimos casas en las que habitar.
Caminamos en línea recta hacia nuestro destino. Como mucho nos
permitimos plantar nuestras tiendas para pernoctar y seguir el viaje
a la mañana siguiente.
Mi
máscara de guía se ha convertido en mi principal personaje, en el
papel más importante de mi obra, pues sin guía no sé dónde voy, y
doy vueltas y vueltas o me detengo y no camino.
En
este viaje hemos olvidado a nuestro ser interno, lo hemos empacado
descuidadamente, en montón confuso junto con otras cosas que también
estaban en la aldea, y lo hemos empacado sin saber dónde, en una
maleta que no queremos recordar dónde está. En una maleta que no
abandonamos en las arenas del desierto porque intuimos que nuestra
unión con él es tal que de hacerlo se disgregaría la caravana, se
desharía la ilusión de que caminamos.
El
guía que me conduce a mi meta por el recto camino no soy yo. Cuando
lo convierto en líder me anulo yo mismo. Cuando lo convierto en
aquélla máscara con la que me identifico, me olvido de mi mismo,
quedo dormido (que no durmiendo), como muerto, como ausente.
Y
pudiera ser que, dormido, me alcanzara Azrael.
Meta
y búsqueda de eficacia van de la mano, no hay eficacia pretendida
sin meta, pues si no sé hacia dónde no puedo optimizar mi camino,
no puedo caminar en línea recta.
La
eficacia tiene siempre la mirada en el futuro y, con la promesa de
tiempos venideros, deja de lado los presentes. Quien pretende ser
eficaz quiere traer al presente lo que ahora no es ni está en él,
sino en el futuro, y quiere hacerlo sin demora (con prisas?). La meta
está en el futuro, es allí o aquello a lo que sueño llegar; pero
yo vivo el en presente, y con el futuro solo puedo soñar, y para
soñar he de estar dormido.
La
eficacia quiere traer al presente lo que imagina y desea a la vez,
pues la meta que no se ha vivido es aquello que imagino, y en la
medida en que es mi meta, es lo que deseo. Vivir en un mundo
imaginario supone abandonar el mundo real. Vivir persiguiendo el
deseo es invitar a la frustración y a la soberbia a habitar en
nuestro corazón, que entregaremos a la que llegue primero a nuestra
casa.
El
alquimista impaciente se extravía y se convierte en esclavo de su
ego.
Pero
basta por hoy, que a todos nos cansa esto.
Quedo
para vosotros, y con vosotros comprometido para hablaros en otra
ocasión de la búsqueda y la santidad.
Abu
Fran.
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