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Dibujo de Teresa Garcia de la Riba |
Caravana
y destino.
Cuento
sufí.
Erase
una vez un desierto. Un desierto de arenas cambiantes. Dunas rojas
por el sol y el calor asfixiante. Un océano de arena que a primera
vista parecería muerto, pero que ante unos ojos expertos rebosaba
vida.
Esta
es la historia de una caravana que nunca llegó a su destino.
Todo
empezó un día...
Los
camellos se asustaron. Abrieron las aletas de sus narices, nerviosos
y atentos. El hombre cubierto por completo, solo dejaba vislumbrar
una pequeña rendija para poder observar a su alrededor.
El
jinete y su montura llegaron al límite de la duna y en el fondo de
la siguiente se hallaba la causa de su nerviosismo. Un grupo de gente
caminaba acompañada de sus camellos y enseres.
Dictan
las normas de cortesía que al encontrarse en el desierto el saludo
debe de ir acompañado de hospitalidad. Allí mismo plantaron las
tiendas ya que la noche se le echaba encima. Era raro no encontrarse
con alguien, ya que los caminos, aunque no marcados por nada ni por
nadie, existían. Como sí una memoria ancestral guiara a las
caravanas hacia su destino.
Así
fue ocurriendo durante varios días y se iban acercando hacia el
oasis, punto final de su recorrido.
A
través de muchos años, se habían establecido alianzas y
compromisos en el uso del agua y del fruto de las palmeras del oasis.
Pero aún así existía en ese lugar un venerable anciano al que
todos recurrían cuando surgía algún problema. O para oír de su
experiencia en algo que se desconocía.
Llegó
un día en el cual el anciano reunió a todos los viajeros de las
arenas. Era de noche y sólo el techo lleno de estrellas les
cobijaba.
Les
convocó para contarles un secreto, solo por él conocido. Todos
respetaban al anciano pues les había dado muchas muestras de sus
acertados consejos a lo largo de los muchos años que le conocían.
Les
habló así:
-
Queridos hijos, hermanos. Os he visto crecer y os he seguido aún en
los sitios en los que creíais que ya no me alcanzaba la vista. Así
que creo saber cómo sois realmente. Estáis viniendo a este lugar
para dar de beber a vuestros animales y habéis tomado este oasis
como punto final de vuestro viaje. Pero no es así.
Un
murmullo de sorpresa se extendió entre los presentes. Alguno pensó
que el viejo desvariaba.
-
Os digo que más allá de estas dunas que nos protegen. Más allá
del Desierto Negro, existe un oasis donde el agua fluye desde el
cielo...
-
¿Cómo sabes eso, anciano?
-
Lo sé porque yo nací allí. No debéis conformaros con esta agua,
porque aunque vosotros la veáis limpia y pura, y os quite la sed, os
aseguro que la del Nacimiento es incomparable.
La
mayoría de los que estaban oyéndole empezaron a retirarse pensando
que era tarde, que para qué ir tan lejos si ya estaba allí el agua,
para que arriesgarse... Encontraron mil excusas.
Quedaron
solo unos pocos asombrados por lo que oían.
El
anciano les miró y dijo:
-
Entre vosotros algunos han reconocido el lugar del que hablo, otros
os quedáis por curiosidad y otros porque se quedan los demás. Sed
honestos con vosotros mismos y quedaos sólo si sentís la llamada.
El viaje será peligroso y a la vez fascinante. Aprenderéis muchas
cosas y tendréis que renunciar a muchas más. Pero la recompensa que
obtendréis superara todas vuestras expectativas. Mañana por la
mañana iniciaremos el viaje.
-
¿Cómo, tú también vienes?
-
Naturalmente, ¿es qué acaso alguno de vosotros sabe llegar al lugar
del cuál os hablo?
Al
día siguiente, cuando el sol despuntaba sobre las dunas, los que
iban a iniciar el viaje, recogieron todas sus pertenencias dispuestos
a continuar por el Desierto Negro, así llamado porque el sol había
requemado el suelo de tal manera que parecía carbón.
Al
cabo de poco tiempo comenzaron a formarse grupos de personas que
hablaban entre ellas. El anciano les observaba y comprendía. Entre
ellos hablaban de si era correcto dejar el mando de la caravana a
alguien tan anciano, e incluso alguien empezó a comentar en voz alta
su inseguridad ante el viaje iniciado.
Todo
ese día siguió igual y al llegar la noche el anciano les hizo parar
y convocó una reunión.
-
Escuchad. Aquellos de vosotros que estáis aquí por curiosidad, aún
estáis a tiempo de volveros atrás, conocéis el camino de vuelta.
Los que os quedáis porque siempre habéis estado siguiendo a otro,
os digo lo mismo, ya que a partir de mañana aunque vayamos juntos
cada uno debe de velar por sí mismo. Debe de confiar en la huella
del camello que lleva delante. Procurad no dormiros, ya sabéis que
la muerte aguarda en el sueño.
Y
vosotros, aquellos que tenéis constancia de la verdad. Continuad en
vuestra creencia. Yo os conduciré al final. Mi compromiso con
vosotros es tanto o más que el vuestro conmigo.
Acto
seguido, algunos de entre todos ellos dijeron que se marchaban.
Preferían seguir como antes, que no veían seguro el resultado del
viaje...
Pasaron
varios días, y en su recorrido del desierto sucedió que se
encontraron viajeros que se unieron a su caravana y algunos de la
caravana que la dejaban por diversas razones.
Pero
el tiempo pasaba, y ni todos los curiosos, ni todos los acompañantes
se habían marchado. Resultaba que en sus corazones no anidaba el
anhelo de la verdad, sólo el ver que era aquello de lo que se
hablaba y los otros, en su cobardía, no querían aceptar que estaban
allí sin desear estar.
De
nuevo, por la noche, el anciano los reunió:
-
Sé que entre vosotros anida la duda del viajero. Empezáis a pensar
en lo que habéis dejado atrás. Tenéis miedo a lo desconocido que
hay más adelante. Solo os pido que confiéis en mí. Estáis aquí
por libre voluntad, y si conseguimos estar más juntos, lo que empezó
como una reunión de gentes dispersas conseguiremos transformarlo en
un autentico pueblo. No desesperéis. No queráis ver ya el oasis de
la Fuente, aún queda mucho camino. No prestéis vuestros oídos a
todos aquellos que llamándose vuestros amigos quieren apartaros del
camino que lleváis en el corazón.
Siguieron
pasando los días. Los puntos de desunión y unión se iban cada
ensanchando vez más. Se llegó a plantear en una reunión, en la que
no estaba presente el anciano, el continuar el camino por otro lugar
menos agreste y que fuera más gratificante. Alguno entre ellos les
dijo que él había oído hablar que parecía ser había otras
caravanas surcando el mismo desierto, que si se unían a ellas todo
iría mejor, y más cosas...
El
anciano conocía todas estas cosas y su corazón se entristecía. ?l
les había abierto las puertas del conocimiento, del conocerse a sí
mismo, y ellos mismo le planteaban que estaba equivocado. ¿Cómo
podía estarlo si él era quien había hecho la ruta que ahora ellos
pretendían conocer mejor que él?
El
clima de los viajeros llegó a tal extremo que uno de los que no eran
corrió el rumor de que el anciano estaba perdiendo el juicio, que ya
no podía seguir guiándolos porque lo que hacía no estaba bien, que
él sabía que las cosas no eran de la manera tal como el anciano lo
contaba. De nuevo la duda anidó en los corazones de los viajeros.
Pero lo que más le dolía al anciano era que nadie de entre todos
ellos se dirigiera a él para preguntarle nada, sino que daban
crédito a alguien que ni siquiera había hecho esa ruta con
anterioridad. Pero el anciano les dejó hacer. Si estaban con él
voluntariamente él no era nadie para obligarles a hacer algo que no
querían.
Aún
así los convocó a una última reunión: Y dijo:
-
Cuando iniciamos este viaje, todos vosotros vinisteis
voluntariamente. A nadie obligué. Os conté el lugar de la Fuente,
el lugar donde yo nací. Y vosotros aceptasteis venir. Os avisé que
era un viaje largo y duro. Y sin embargo, ahora, habláis de otros
lugares, de otras rutas. No os puedo detener. Os dije que había tres
grupos entre vosotros. Vosotros habéis elegido a qué grupo queréis
pertenecer. Sólo una cosa más. Yo he de continuar mi viaje, y lo
haré aunque continúe en solitario. El desierto es ancho y lo
recorren innumerables sendas. Esta es la mía y el que quiera caminar
por ella debe hacerlo de acuerdo a las reglas establecidas para este
camino.
Los
miró uno a uno, con gravedad y una extraña sensación se apoderó
de los corazones de los viajeros. Se miraron entre ellos y cuando
volvieron su vista hacia donde había estado el anciano, no había
nadie.
Un
revuelo recorrió a todos. ¿Qué hacían? ¿Hacia dónde dirigirse?
Ahora, incluso aquellos que hablaban, que decían saber otros
caminos, callaban. Solo unos pocos se levantaron de la arena y
mirando a las estrellas continuaron caminando.
Dicen
los narradores de historias que esta es una historia inacabada. Que
la tribu de los que se levantaron aún sigue caminando aunque sin
saber hacia dónde dirigirse, sólo recuerdan que un día el anciano
mencionó La Estrella y ellos ya no buscan la Fuente, si no ese punto
de luz que los alumbre en su caminar a ningún lugar.
¡Ah!
Se me olvidaba. ¿Sabéis el nombre por el que eran conocidos?
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