EL
MAESTRO PERRO.
De
quien esperas aprender?
Un gran maestro sufí, Junnaid, fue
consultado cuando se estaba muriendo: Maestro, por favor, siempre
hemos tenido una pregunta en mente pero nunca hemos tenido coraje
suficiente para hacértela:
-¿Quién fue tu maestro?
Junnaid dijo:
-Me resultará muy difícil responder
porque he aprendido de casi todos. He aprendido de cada suceso
ocurrido en mi vida. Toda la existencia ha sido mi maestra.
Para satisfacer vuestra curiosidad os
voy a dar tres ejemplos.
El primero: tenía mucha sed y me
dirigía hacia el río con mi cuenco, mi única posesión. Cuando
llegué al río, un perro vino corriendo, saltó al agua y comenzó a
beber. Le observé un momento y arrojé el cuenco lejos de mí; me di
cuenta de que era inútil. Salté dentro del río y bebí todo lo que
quise. Todo mi cuerpo se refrescó. Di las gracias al perro y toqué
sus pies con profundo respeto porque me había enseñado una lección.
Si bien lo había dejado todo, todas mis posesiones, tenía cierto
apego por mi cuenco. Era muy hermoso. De noche lo ponía bajo mi
cabeza, como almohada, para que nadie me lo quitara. Era mi último
apego, y el perro me ayudó. Aquel perro fue uno de mis Maestros.
Segundo: Me perdí en el bosque, y
cuando llegué al pueblo mas cercano ya era media noche. Todo el
mundo estaba dormido. Deambulé para ver si encontraba a alguien
despierto que pudiera darme cobijo, hasta que me encontré con un
hombre. Le dije:
“-Parece que tú y yo somos los
únicos que estamos despiertos en todo el pueblo ¿Puedes acogerme
esta noche?”
El hombre dijo:
“-Puedo ver que eres un monje sufí
y me siento un poco avergonzado de llevarte a mi casa. Estoy más que
dispuesto, pero debo advertirte quién soy: Soy un ladrón; ¿te
gustaría ser el invitado de un ladrón?”
Como vio que yo dudaba, el ladrón me
dijo:
“-De hecho soy yo el que debería
tener miedo de ti, podrías tratar de cambiarme. Invitarte supone un
riesgo para mi, pero no tengo miedo. Ven a mi casa, come, duerme y
quédate el tiempo que desees.”
Me alimentó, me dio de beber y me
dijo:
“-Ahora me iré. Tengo que hacer mi
trabajo.”
El ladrón volvió a primera hora de
la mañana. A su vuelta le pregunté:
“-¿Has tenido éxito?”
“-No, hoy no, pero mañana ya
veremos.”
Y esto continuó durante treinta días:
el ladrón salía cada noche y volvía con las manos vacías. Pero
nunca estaba triste ni frustrado, siempre estaba feliz. Y decía:
“-No importa. He puesto lo mejor de
mi en el intento, mañana volveré a intentarlo.”
Al mes me fui y durante años traté
de alcanzar la realización, aunque siempre fracasaba. Cuando pensaba
en abandonar el proyecto, me acordaba del ladrón y así persistía.
Así fue que el ladrón fue uno de mis mayores maestros.
Tercero: Entré en un pueblecito. Un
niño llevaba una vela encendida. Evidentemente, iba hacia un pequeño
templo de la localidad para dejar la vela ardiendo durante la noche.
Al verlo le pregunté:
“-¿Puedes decirme de dónde viene
la luz?”
El niño apagó la vela delante de mí
y dijo:
“-¿Has visto como se ha ido la luz?
¿Puedes decirme adonde ha ido? Si me dices adónde ha ido, te diré
de dónde viene, porque es el mismo lugar.”
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