QUIÉN SOY YO? MIS PERSONAJES Y MIS EGOS.
Cada uno de ellos es uno de
los personajes que voy representando a lo largo de mi vida o en un
momento concreto de mi existencia, como, por ejemplo el de padre,
profesor, amante, liberal, seductor, etc.
Cada uno de mis nafs tiene su
propio ego. De verdad queremos disolverlos? Esa es la tarea imposible
que nos propone buena parte de la psicología occidental. A poco que
pensemos descubriremos por qué.
Qué es el ego de cada uno de
mis personajes? Pues es, ni más ni menos, mi identificación con el
personaje que estoy representando en un momento concreto.
Me podréis decir que entonces
es tan fácil prescindir de ellos como dejar de identificarse con
ninguno de mis personajes -tarea nada fácil, por cierto-, sin
embargo esta opción tiene efectos colaterales. Efectivamente, si no
me identifico ni siquiera un poco con el personaje que estoy ahora
representando, mi personaje, es decir, yo, en este concreto momento y
esta determinada situación, carezco de credibilidad; los demás
notan que estoy representando un papel y que me estoy tomando la vida
como un teatro. Al carecer de credibilidad muchas de mis acciones
pierden eficacia.
Y como ya habéis podido
deducir, o sabéis desde hace tiempo, no es posible relacionarme con
los demás en el mundo de mi experiencia cotidiana, sin recurrir a un
personaje, sin representar un papel, un rol (por decirlo en versión
anglosajona).
Tal vez lo más conveniente
sea aceptar a mis egos, todos y cada uno de ellos. Incluso mimarlos,
ocuparme de que se sientan bien, fuertes y seguros, de forma que no
me exijan una y otra vez atención y reconocimiento.
Con mucha frecuencia el ego
que más me importuna es el del personaje (uno de los nafs de la
viñeta) que estoy encarnando/representando en cada momento.
Si sé que ese personaje es
solo un papel que he elegido para este momento, su ego pierde su
fuerza sobre mí. Sin embargo, conviene que esta sabiduría mía no
me lleve al descreimiento del personaje, del papel que estoy
representando (pues su acción, es decir mi acción, perdería
eficacia), sino a no sentirme herido o atacado cada vez que
cuestionan o atacan ese concreto papel (1). Ni alabado o endiosado
cada vez que alguien lo alaba o lo adora.
Si el personaje que ahora
represento tiene un ego fuerte y seguro, ese ego no me exige alimento
continuo, no me exige atención ni reconocimiento constantes, y en en
este momento, ahora, tengo libertad para ocuparme de otra cosa.
Enfrentarse a mis propios egos
es una guerra perdida, aunque gane algunas batallas en esa guerra. Y,
además, como mis personajes me acompañarán hasta mi muerte -no
todos, por supuesto (2)-, es una guerra sin final.
NOTAS:
(1) Imaginemos que trabajo de
profesor (o de policía). Identificarme sin resquicios con mi papel
(que, obviamente no ocupa toda mi jornada, pues una vez en casa puedo
asumir el papel/personaje de padre, por ejemplo) me llevaría a
enfadarme o disgustarme cuando alguien atacara o criticara a los
profesores (o a los policías). O cuando atacara o criticara mi
concreta actuación cumpliendo con las condiciones sociales
(variables en cada lugar y época) de desempeño de ese papel, de ese
rol.
(2) Es claro que, por seguir
con la imaginación, dejaré de ser profesor cuando me retire de esa
actividad, o dejaré de ser soltero cuando me case, o de ser
adolescente desorientado cuando crezca física, mental y
espiritualmente. Del mismo modo puedo asumir otros papeles, como el
de amante apasionado o en de viejo irresponsable o necio. Si no fuera
sí la vida sería aburrida, y una vida larga sería de un
aburrimiento insoportable.
Abu Fran, Abdal.
Comentarios
Publicar un comentario