LA
CONFUSIÓN CUÁNTICA O ABUSAR DE LA IGNORANCIA.
La
falsa sanación cuántica.
Veo
con frecuencia que en el anuncio de alguna terapia, servicio, o
actividad, o curso “espiritual” aparece la palabra “cuántico”
o “cuántica”. Mi reacción siempre se sitúa entre la
desconfianza (quieren aprovecharse de la ignorancia potencial de sus
futuros clientes?) y la compasión (sabrán de qué están
hablando?); en cualquier caso me cuesta deshacerme de la sospecha de
que quien tal anuncia sabe poco de su arte o del servicio o producto
que vende. Y
en cualquier caso parece saber poco de lo que es la física cuántica.
Para
mi propósito no es necesario profundizar en el origen de la palabra,
pero si me interesa señalar que el uso que se generalizó
entre los físicos se le debe, muy probablemente, a Max Planck (Max
Karl Ernst Ludwig Planck, nacido en Kiel,
Alemania,
el 23 de abril
de
1858-
muerto en Gotinga,
Alemania,
el 4
de octubre
de
1947),
quien
afirmó y probó empíricamente, en experimentos de laboratorio, que
la realidad está compuesta por pequeñas cantidades mínimas de lo
que sea que no se pueden dividir. Así la cantidad mínima de luz
posible en este universo sería un fotón, y la de electricidad un
electrón, y así sucesivamente. Cómo podemos ver no es un
descubrimiento de hace dos días, pese a que hemos tenido que esperar
hasta principios del siglo XXI para
que se produzca la
popularización de la palabra “cuántica” y sus diversas
acepciones.
Desde
luego esta es una simplificación demasiado escueta e insuficiente
para la ciencia, pero nos da una idea de lo que puede suponer en el
ámbito de la filosofía, ese
conjunto de formas peculiares de entender cómo es el mundo en el que
estamos inmersos y cómo somos nosotros mismos; forma de entender,
pensar, creer y actuar que tenemos los seres humanos en cada época y
lugar (y a veces con importantes variaciones individuales).
Con
Planck nació la mecánica cuántica, que conseguía explicar
fenómenos, hechos que otras teorías físicas, como la mecánica
newtoniana o clásica, o la mecánica relativista no conseguían
explicar.
La
física cuántica recibió un espaldarazo importante en dos
experimentos: el de la sincronicidad cuántica y el del
entrelazamiento cuántico. Y es precisamente de la mala intelección
de estos experimentos o de la interesada malinterpretación de los
mismos de donde surge el uso sospechoso de las palabras a las que
vengo refiriéndome.
El
primer experimento, el de la sincronicidad cuántica, repetido hasta
la saciedad en múltiples universidades por lo difícil que resultaba
de aceptar para la comunidad científica, viene a establecer que la
realidad se comporta de forma diferente cuando la observamos a cuando
no la observamos. Para concretar más, la realidad se comporta como
si estuviera constituida por materia, por pequeñas partículas
materiales cuando la observamos, y como si sólo estuviera compuesta
por ondas cuando no la observamos. La conclusión en lenguaje llano
es que la realidad es material cuando se observa e inmaterial cuando
no se observa; y esta diferencia supone un comportamiento distinto en
cada caso, es decir que lo que ocurre varía si se observa o si no se
observa. Este experimento de llama también el experimento de la
doble rendija, porque se observó que un haz de electrones, o un rayo
de luz se comporta de una manera cuando atraviesa dos rendijas en una
pared si es observado y de otra si no es observado (atravesando en
ambos casos las dos mismas rendijas). El experimento contradecía
todas las teorías conocidas hasta el momento, e incluso el sentido
común de la población en general. Había que concluir
necesariamente que el mundo cambia cuando lo observamos, es decir,
que depende de que lo observemos o no.
La
conclusión confusa de este experimento, pero admisible en un hablar
poco riguroso, es que el mundo depende de nuestra percepción. La
conclusión errónea, y a veces malintencionada de este experimento
es que el mundo cambia según la voluntad o la intención de quien lo
percibe, aunque esta intención sea inconsciente. Si hay que atribuir
alguna voluntad al cambio de comportamiento de la realidad cuando es
percibida respecto al que tiene cuando no es percibida, esta voluntad
sería de la realidad en sí misma considerada, pero nunca del
observador, pues es la realidad quien cambia su comportamiento cuando
es observada, comportándose siempre de igual modo al ser observada,
sea quien sea el observador, tanto si la observación la llevan a
cabo seres humanos cuanto si se efectúa mediante una cámara
fotográfica o una filmadora.
La
afirmación de que la realidad depende de mi subjetiva observación,
por lo que es diferente para cada observador, es sencillamente falsa.
Obviamente esto no quiere decir, como siempre se ha sabido, que la
peculiar interpretación de lo que ocurre que hace cada uno de
nosotros no tenga un fuerte componente subjetivo, y donde uno ve
seres angelicales otro puede ver seres demoníacos.
Cuando
observamos un electrón, por poner un ejemplo, éste se comporta
siempre de igual forma sea quien sea el observador. El cambio no
depende de quien sea el observador ni de cuál sea su formación, su
intención, su preparación o su voluntad; sino que el cambio depende
del hecho de que el electrón sea observado o no lo sea. Cómo se
comporta el electrón es algo que decide el electrón, no el
observador, si es que queremos hablar de decisión en un caso como
éste.
Quienes
pretenden
hacernos creer que podemos cambiar la realidad en la que vivimos con
un simple hecho de voluntad, de decidir verla de otra manera, o se
engañan o pretenden engañarnos. Quienes nos dicen que al cambiar
nuestra percepción e interpretación de la realidad podemos
transformarla al cambiar consecuentemente nuestro comportamiento
(acorde siempre con nuestra verdadera forma de interpretar la
realidad), están diciéndonos una verdad evidente: mi acción cambia
el mundo y mis pensamientos y mis creencias y mi forma de interpretar
lo que ocurre cambian mi acción.
No
me resisto a recordar que Manuel Kant (Immanuel
Kant; Königsberg,
Prusia;
22 de abril
de
1742
-
ibídem,
12 de febrero
de
1804)
ya estableció en su Crítica
de la Razón Pura, que
las categorías de objeto y sujeto, así como las de causa y efecto
son algo que aporta el ser humano cuando construye su experiencia al
percibirla, pero que no forman parte de la realidad en sí misma
considerada. Sin embargo también señalaba Kant que los seres
humanos no podíamos escapar de percibir la realidad de este modo
(tal vez Kant no conocía lo suficiente a los místicos, pues parece
que ellos si son capaces de percibir la realidad de otro modo).
Siempre
me ha resultado curiosa esta característica de la filosofía, la de
anticipar mediante el solo uso de la razón cuestiones fundamentales
que la ciencia acaba por probar años
más tarde en
el laboratorio.
El
segundo experimento, el de el entrelazamiento cuántico, reiterado
también incontables veces por la comunidad científica, viene a
establecer que hay partículas en este universo que se encuentran
entrelazadas, es decir, que cuando cambia, o cambiamos, el estado de
una de ellas, misteriosamente y sin que exista ninguna relación de
causa y efecto entre ellas, cambia de igual modo y manera el estado
de la otra. Y ello con independencia de cuál sea la distancia que
separa ambas partículas o de cuántos sean los obstáculos o
barreras
que existan entre ambas. Y, además, los seres humanos somos capaces
de entrelazar algunas partículas (por ahora, tal vez en un futuro
seamos capaces de mucho más).
El
experimento refuerza la tesis de la física cuántica de que las
partículas subatómicas no se rigen por el principio de la causa y
el efecto, o dicho de otro modo, que en el mundo de lo muy pequeño
la causalidad no es aplicable.
Esta
innegable conclusión no nos dice que la realidad no se rija por
causas y efectos, pero tampoco afirma lo contrario. Lo evidente e que
el mundo de nuestra experiencia cotidiana está regido por la causa y
el efecto, y esta aparente universalidad de la causalidad en
la experiencia cotidiana plantea
un difícil problema: somo puede comportarse una molécula según las
leyes de la causa y el efecto cuando las partículas que la componen
no lo hacen?
Una
posible explicación estaría en las tesis de Kant, adaptadas a los
conocimientos que ahora tenemos y que antes no se poseían, es decir
que una cosa es la realidad en sí y otra la realidad para mí. La
segunda es una construcción de la capacidad perceptiva humana, que
depende de nuestro
sistema
sensorial tanto como de nuestro
sistema
neuronal, y, en la medida en que
ambos
sistemas son muy semejantes en todos los seres humanos, la realidad
de nuestra experiencia, la realidad para nosotros, es muy semejante
en todos los seres humanos. La causalidad sería nuestra peculiar
aproximación eficaz al comportamiento de la realidad, aquella
aproximación que ha sido seleccionada por el proceso selectivo de
nuestra especie, y que funciona bien en el contexto de la experiencia
humana hasta la fecha, pero que ya sabemos que no funciona en lo muy
muy grande, como el cosmos (también aquí es contraintuitivo que el
tiempo transcurra a una velocidad distinta según nuestra velocidad
relativa), ni en lo muy muy pequeño, como las partículas
subatómicas. Este
resultado del proceso evolutivo es
fácilmente explicable, pues el proceso de selección biológica ha
ocurrido hasta ahora en este planeta y
a escala macroscópica, pero no microscópica ni cosmológica.
Otra
posible explicación es que hay diferentes dimensiones o realidades
inextricablemente imbricadas, pero que se comportan, en sus
respectivos planos, de forma diferente.
En
todo caso lo que parece claramente engañoso es que podamos violar
las leyes de la causalidad en nuestra vida ordinaria sólo con una
esfuerzo de nuestra mente o con una técnica espiritual o psicológica
adecuada, como
parecen darnos a entender quienes usan las palabras “cuántica y
cuántico” en los contextos señalados (cuando no nos lo dicen
explícitamente).
En el mundo de nuestra experiencia ordinaria no podemos romper las
leyes de la física clásica, aunque si podemos rompernos una pierna
intentándolo. Quienes nos abocan a la creencia de que podemos
sustraernos de la causalidad de esta forma nos empujan a un
comportamiento peligroso para nosotros mismos. Y, como en el caso
anterior, o intentan engañarnos o se engañan ellos mismos.
Igual
de engañoso es afirmar que estamos en muchas partes a la vez y
que por ello podemos actuar simultáneamente en varios sitios
distantes entre sí,
especialmente si
nos hallamos en un estado de consciencia ordinaria, el que se
corresponde con la realidad ordinaria. Del hecho de que un fotón,
por poner un ejemplo, sea un bolita de materia o una onda de energía
cabe concluir que está aquí, cuando se comporta como partícula
material, y que está a la vez en cualquier otro sitio, cuando se
comporta como onda de energía. No obstante en la realidad
macroscópica humana y en estados de consciencia ordinarios esto no
ocurre, tanto por la curiosa peculiaridad de esa realidad, la de
obedecer las leyes de la mecánica newtoniana, cuanto por el hecho de
que un ser humano siempre tiene alguien que lo percibe, al menos él
mismo. Sobre
esa evidencia se construye nuestra vida, y por eso descartamos que
alguien haya podido estrangular a mi vecino si se encontraba en ese
mismo momento en otra ciudad.
Resulta
explicable el éxito de estas ilusiones que nos venden a veces con
tanto empeño: poder saltarnos la causalidad de nuestros actos o de
aquello que nos condiciona, poder
trasladarnos materialmente a otro lugar de forma instantánea sin
movernos de aquí, o
poder cambiar la realidad a voluntad, es muy tentador en una sociedad
acostumbrada a y entrenada en renunciar al esfuerzo y conseguirlo
todo de forma fácil y sin una excesiva implicación en la propia
preparación personal. De ahí el éxito de las medicinas milagrosas
y las técnicas que nos conceden poderes especiales sin largos años
de trabajo. En estos casos el engañado es cómplice del engañador.
Por
lo demás, y para concluir, la realidad física es cuántica, siempre
lo ha sido, pues la física cuántica no nos dice que la realidad se
haya transformado en cuántica, sino que es cuántica en nuestro
universo, nuestro universo es cuántico. Por tanto todas nuestras
disciplinas, religiones, prácticas, terapias, autobuses,
instituciones y cuanto queramos nombrar como parte de nuestra
realidad física es igualmente cuántico. Decir de algo físico o que
interactúa con lo que es físico que es cuántico es no decir nada
en absoluto. Quien dice que en su ciudad han puesto en servicio
autobuses cuánticos nos está diciendo tan solo (y nada menos) que
en su ciudad han puesto en servicio autobuses; para qué añadir la
palabra cuántico a nada si no añade ninguna información adicional?
De nuevo mi sospecha de que quienes la usan no saben de qué están
hablando o que, si lo saben, pretenden engañarme de una u otra
manera.
En
el caso de las terapias es aún más evidente. El psicólogo con el
que realizo una sesión de logoterapia es cuántico, puesto que es
material (vale también decir que es energía, que también es
cuántica); las palabras que utiliza son cuánticas, puesto que todo
sonido lo es; yo también soy cuántico, y si sus palabras modifican
mis sinapsis
neuronales
(lo que casi siempre ocurre si escucho a alguien) su efecto es
cuántico. Está mi psicólogo practicando una terapia cuántica?
Y
lo mismo puedo decir de las medicinas. La aspirina que tomo es
cuántica, pues está compuesta de moléculas y
éstas de átomos (y éstos de partículas subatómicas);
tanto mi médico como yo somos cuánticos; el efecto de la aspirina
sobre mi organismo es cuántico, pues afecta a determinadas moléculas
de mis células, que son cuánticas. Practica mi médico una medicina
cuántica?
No
estoy convencido que tanta falsedad (o confusión, si queremos ser
más generosos), como llena el mundo de las terapias y el mercado
espiritual (crecientes ambos en un capitalismo que se aboca a los
servicios) nos sea de gran ayuda. Una cosa es no “tragarse” las
afirmaciones de los burdos materialistas que se hacen pasar por
científicos cuando califican toda terapia que desconocen como
seudocientífica,
muchos de ellos con títulos universitarios, y otra negar la
realidad ordinaria en base a una realidad mágica que puedo dominar
con tanta facilidad como manejo la TV desde el mando a distancia.
Abu
Fran, abdal.
Comentarios
Publicar un comentario