MENSAJEROS DE LOS DIOSES


La tendencia a creerse una persona enviada o mensajera de los dioses ha sido una constante las sociedades pertenecientes a nuestra cultura occidental a Lo largo de los siglos (e incluyo en este occidente a árabes, persas, y turcos). Sin embargo no siempre hemos tenido la misma abundancia de enviadas y mensajeras1. 
  
Varios son los factores que inciden en ello, sobre todo el predominio de un trasfondo cultural sustentado en la trascendencia en lugar de hacerlo en la ciega fe en las ciencias positivas, y su hija menor, la tecnología. 
   
En principio la persona enviada o mensajera lo es siempre de quien está por encima de ella (sea general, rey, presidente, jefa, santa, demonio, hada, diosa, gran espíritu...), y una persona enviada o mensajera por antonomasia sólo lo es de un dios, o, por ser más exigentes todavía, del único dios existente (y no escojo el masculino por mera casualidad -dios en lugar de diosa- aunque ese no es el tema objeto de este artículo), por ello cuando el trasfondo cultural apunta a la trascendencia, a un sentido de la vida más allá del acontecer humano histórico y de la herencia genética de nuestra especie, es más fácil, aparentemente, que surjan los individuos enviados y mensajeros. 
   Hoy en día no existe ni una sola de nuestras sociedades en las que se pueda hablar de una metafísica popular sustentada exclusivamente en la fe en la ciencia positiva y la tecnología, en toda cultura occidental subsiste el trasfondo de un dios creador omnipotente que se constituye a la vez en guía y meta de la vida. Cambios tan fuertes en el paradigma sustentador de las creencias en la que se basan la vida de los individuos e instituciones que éstos crean, como pasar del dios creador a la ciencia descarnada, suelen requerir del trascurso de no pocas generaciones, es un tiempo que se suele medir por siglos, cuando no por milenios. 
   Este cambio es gradual y muchas veces se produce mediante una paulatina sustitución de la trascendencia divina por entes de menor envergadura ontológica. Justo el proceso inverso al que se siguió cuando los enviados o mensajeros2 de genios, duendes, y espíritus fueron sustituidos por los enviados de los dioses, para acabar siendo reemplazados por los enviados de dios o del demonio, o, al fin, por el enviado de un único dios, del que hasta el mismo demonio era creación y fruto. 
   
Estos entes menores son posibles porque la metafísica popular actual tiene en la fe en la ciencia uno de sus pilares. Por ello puede admitir como existentes estos entes menores (que no requieren a su vez ningún dios que los mande), cuando no postular abiertamente la alta probabilidad de su existencia, dada la inconmensurable inmensidad del cosmos, junto con su creciente duda en el paradigma del dios creador omnipotente y omnisciente.
De este modo la persona enviada o mensajera de dios lo será ahora de seres que coexisten con nosotros en nuestro mismo universo o en universos paralelos, pero de algún modo conectados con el nuestro (pues en otro caso no se explicaría que pudiera enviar mensajeros). 
    
Siguiendo la regla general, la persona enviada o mensajera lo es siempre de quien está jerárquicamente por encima de ella, sea esta jerarquía de poder o de sabiduría, de amor o de excelencia. Así el mensajero lo será de seres que están por encima de nosotros, seres que de algún modo trascienden nuestra condición humana (por más que sea esta trascendencia una mera sombra de la auténtica y genuina trascendencia, la de aquella entidad o sentido que está más allá de todo universo posible, y que, por ello, es creador, conservador, o rector de todo universo existente o por existir). 
   Nos encontramos así con una miríada de personas enviadas y mensajeras de seres extraterrestres, extragalácticos, o extrauniversales (que están más allá de nuestro universo, es decir, en otro de los muchos universos que se postulan). Seres que, como exige el guión de 'persona enviada', tienen poder para cambiar cuanto en nuestro limitado mundo ocurre, y, además tienen intención de hacerlo, tienen un plan para operar un cambio en nuestro planeta y cultura (de ahí la necesidad de la persona enviada, pues de no existir dichos planes tanto la persona enviada cuanto la mensajera carecerían de sentido).
   
No deja de ser curiosa la contradicción que encierra el mismo concepto de persona enviada o mensajera de los dioses (o de los seres de las estrellas), pues la enviada es pieza importante, e incluso necesaria, en los planes de quienes la envían. De esta necesidad de la enviada debemos deducir que ese dios o ser superior no tiene, pese a todo, todo el poder que necesita para llevar a efecto sus planes, pues requiere del concurso de seres humanos, precisamente requiere el concurso de aquellas personas que ha elegido como enviadas o mensajeras, y sin las cuales no podrían cumplirse sus altos designios. El mismo concepto de enviada o mensajera resta poder y excelencia aquella entidad o ser que la envía, e incluso lo subordina a ésta, pues sin la enviada o mensajera no es posible la realización de sus altos designios. 
  Es precisamente en esta sobrevaloración de la enviada o mensajera que encontraremos la clave psicológica de su aparición, tanto de la época o sociedad en que aparecen, cuanto de la clase social o tipo de individuo (psicológicamente hablando) en que se da con más frecuencia.
  
En efecto, ser la persona enviada es ser la persona elegida por los seres superiores, la persona ungida entre todos los mortales (no os suena aquello de que María, la madre de Jesús, fue "elegida entre todas las mujeres"?). Y por qué ha sido elegida si no lo ha sido por su excelencia, por su pureza, por su nobleza, por su sabiduría, por sus dones, o por alguna otra cualidad destacable? La persona elegida lo es porque es superior, en algún aspecto, al resto de los mortales. Es superior porque ellos o él la han elegido, y ellos o él tienen un criterio mejor y más válido que el de los humanos. Son precisamente las elegidas personas
que los seres humanos no habían elegido como líderes? Evidentemente los humanos se habían equivocado, y esa persona a la que tenían en poco es realmente una persona superior.
  
Muchas veces la persona elegida no lo es de ningún ente concreto, sino de alguna fuerza, o energía, o conocimiento sanador. Conocimiento, fuerza, energía o similar que dice estar encargada de transmitir al mundo para que todos podamos beneficiarnos con ello.
  
Si no se trata sencillamente de alguien que se prevale de esta situación de transición en la metafísica popular para obtener algún beneficio de los ingenuos que consigue captar como seguidores, se trata de una persona con un ego débil, muy débil, que alimenta de esta forma. Un ego algo más fuerte le permitiría dedicarse a alguna actividad que le permitiera destacar entre los humanos, y compensar así la debilidad de su ego. 
  
A su vez muchos de sus acólitos lo son por similares razones, porque mediante la pertenencia al grupo, la secta, la organización, o como quiera que se le denomine, adquieren una importancia que hasta ese momento la sociedad les ha negado, y la adquieren de un modo sencillo y fácil: tan sólo tienen que convertirse a la fe de la enviada, únicamente tienen que seguirla y  secundar sus acciones o sus planes. Al hacerlo así se convierten también en transmisores/difusores de la buena nueva, de la energía o fuerza sanadora, de la técnica espiritual o conocimiento especial que la persona enviada ha venido a difundir. Se alimenta el ego y/o se compensan "injusticias" cometidas con ellos por una sociedad manifiestamente cruel, hipócrita y explotadora/esclavizadora de los seres humanos.
  
Al menos los seguidores se colocan en el "otro lado". 

Paco Puertes.


1 Aquí 'enviada' o 'mensajera' se refiere aquella persona que se lo autoatribuye o a quien se le atribuye tal condición, sea del sexo que fuere. En general, con el femenino nos referiremos al sustantivo 'persona', por lo que deberemos entender incluido en él tanto a los enviados y mensajeros de sexo masculino cuanto a las enviadas y mensajeras de sexo femenino


2 La utilización aquí del masculino no es accidental, si hablamos del período que va desde el inicio del neolítico a nuestros días, es más correcto hablar de enviados y mensajeros que de personas enviadas y mensajeras, pues en una mayoría brutalmente abrumadora fueron varones y no mujeres quienes se auto atribuyeron (o se les atribuyeron) estos roles.

Comentarios