ESTAR PREPARADO





Las historias sufíes son difíciles de entender, la mayoría de las veces no tienen una sola lectura, ni una moraleja clara (son polisémicas), y no es precisamente la razón o el análisis los instrumentos más adecuados para sacar de ellas la sabiduría que encierran y transmiten. La mayor parte de las veces es preferible leerlas (o escucharlas) y sentir nuestro propio corazón. Esta es otra historia sufí:

En nuestro cuento había una ciudad, y en ella el palacio de un califa, y en el palacio un capitán de la guardia, veterano soldado, que ejercía de capitán desde hacía algunos años.
El capitán deseaba a una viuda de la población, a la que veía de tarde en tarde en el mercado o en la plaza, y de cuya madura belleza y donosura estaba prendado.
La viuda deseaba al capitán, al que miraba de reojo con lascivia cada vez que pasaba cerca de palacio, buscando hacerlo por la puerta que él custodiaba.
El capitán alquiló una alcahueta para que arreglara un encuentro con la viuda, y poder así yacer juntos.
La alcahueta cumplió su cometido, pero la respuesta de la viuda fue: ‘dile que yaceré gustosa con él, que ardo de deseo, pero que antes tendrá que satisfacer cierta condición que le pondré’.
Cuando la respuesta llegó al veterano capitán, quedó perplejo, y acudió a pedirle consejo a un seik mevlevi con el que solía juntarse a tomar té algunas tardes. El seik, sin pensarlo dos veces, le dijo que se ocupara de tener siempre listas sus armas, pues no sabía cuándo iba a venir el enemigo, y no debía confiar en que no vendría, sino antes en su preparación de soldado para vencerle. Y el capitán pasó los días, las semanas y los meses afilando sus armas, puliéndolas, y entrenándose en su manejo.
La viuda desesperaba porque no obtenía respuesta del capitán, así que decidió ir a la alcahueta y pedirle que concertara una cita con el capitán para yacer con él. La alcahueta cumplió su mandato, y la cita tuvo lugar. A esa cita siguieron otras, y otras.
Cierto día, cuando aún estaban en el lecho tras haber dado rienda suelta a su pasión, la mujer le dijo al soldado: ‘si quieres seguir gozando conmigo, deberás satisfacer cierta condición que te diré’. Éste se levantó del lecho, recordó el consejo del jeque, y volvió a sus entrenamientos de soldado.
Aún tuvieron algunos encuentros amorosos más la viuda y el capitán, porque los ríos no cambian su curso de manera súbita, pero la pasión entre ambos fue extinguiéndose, y, en menos tiempo que tarda en hacerse una cesta de mimbre, estaban tan alejados el uno del otro que acabaron por no verse.

Cuando los enemigos del califa intentaron entrar en palacio para acabar con su vida, la concienzuda preparación militar del capitán supuso un obstáculo insalvable para sus propósitos. Y el califa gobernó la ciudad hasta que la senectud puso fin a sus días.


Cuento sufí adaptado por Abu Francesc

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