ESCONDERSE TRAS EL DESTINO





Los tiempos muertos lejos de casa se convierten en excusa para la reflexión, más cuando a causa de la edad ya estoy en pensar qué haré con el resto de mis días. Y esa excusa es la que pongo para dar paso a estas letras.
Viví, hice, acerté (poco) y erré (mucho), y, con mis circunstancias y condicionamientos, elegí qué hacer. Y así hacemos todos, elegimos, pues aunque nuestro entorno nos limita siempre, no nos condiciona irremediablemente, ni el hado ni la fortuna nos impiden elegir.
Pues que elegí,
fui responsable, y soy responsable de lo que hice y de lo que esto acarreó; y aquella responsabilidad que me hace merecedor de mi presente, me permite ahora rectificar, enmendar, corregir, ser merecedor de mi futuro.
No admito a quienes se escudan en el condicionamiento o el destino para confesarse irresponsables, sin nada que reparar de cuanto hicieron, sin nada que aprender de lo que hicieron, si nada que asumir por lo que fueron, pues –dicen- que más bien el destino jugó con ellos como con marionetas.
No, incluso en el peor de los momentos, en la más profunda oscuridad, siempre es posible la elección, y eso nos hace humanos. Y si es posible la elección, si ayer elegimos qué hacer, podemos enmendar, podemos reparar en lo posible el rastro de daño y de dolor que dejó tras de sí nuestra conducta, nuestra historia. Si pude elegir ayer, puedo elegir hoy, y podré elegir mañana; mi destino no es camino ciego, sino senda escogida.
Y por eso elijo enmienda, rectificación, cambio de rumbo, pues hacerse verdaderamente humano, madurar, es caminar allí por donde elijo.

´Los individuos no cambian´-me dirás-

¿En qué no cambian? -te diré- envejecieron, fueron adultos, se hicieron jóvenes, púberes, niños y niñas, nacieron bebés.
¿Es tal vez su moral la que no cambia?, entonces, ¡qué vana ilusión y desmedida soberbia la nuestra! ¡¿pues no pretendemos educarlos, ayudar a que se hagan responsables, a que elijan libremente su camino?!
¿Es acaso su carácter lo que heredaron como huella permanente?, y ¿determina el carácter su conducta? ¿no sería pues mejor clasificarlos aún impúberes que educarlos, y así condenar ya a quienes, por carácter, necesariamente se verán abocados a dañar a sus vecinos o incluso a quienes bien les quieren? Sobrados ejemplos tenemos de excelentes seres humanos de uno y otro carácter. Aquél domeñó el suyo con constancia, éste con bravura y disciplina, el otro con estudio, reflexión y buen consejo; los más de entre los excelsos, con un mucho de todo: voluntad, buenos ejemplos, sabia educación, prudente consejo, y disciplina. Y ejemplos tenemos de quienes cambiaron en edades tempranas, en las maduras, e incluso en la edad avanzada, y aún en las cercanías de la muerte.
¿Serán sus hechos? ¿y cómo puedo pretender educar, si cómo fueron determina cómo actuarán? ¿para qué hablar de cambiar y elegir, si se conducirán como tenían prescrito desde atrás?.
Forzoso es concluir que cambiamos, que nuestra vida, en muchas cosas, es nuestra, no de los dioses, ni de los duendes, las hadas, o los elfos.
Te concederé que nadie cambia si no ve el desacierto de su conducta, el error de sus actos, lo torpe de sus hechos; pues quien no lo vé en él no tiene propósito de enmienda, y pocos cambios acontecen sin disposición de cambio.

Me dices:
´¿da igual por tanto dónde nacieron, cómo se educaron, qué les aconteció, qué les fue impuesto por los dioses?´

No –te respondo-, y por ello no es el mismo el mérito entre los humanos. Quienes más difícil lo tuvieron, mayor mérito tienen, pues se enfrentaron a mares procelosos de olas gigantescas levantadas por los hados. No, y por ello no es igualmente reprehensible el error en éste que en aquél, pues sobrado hizo éste que se limitó a robar, cuando todo hacía esperar de él males mayores, y exceso desmedido es el hurto en aquél, pues gozó de buena cuna y dispuso siempre del buen ejemplo.
Es nuestro amor el que facilita el camino de los otros, el que facilita la bondad de sus acciones. Por eso no se puede educar a quien no se ama, ni aprender de quien se teme. El amor es aquí, para esto, un 
a priori. No amamos al bueno porque es bueno, sino que es bueno porque, con nuestro amor, le damos base, piedra en la que hacer pie, en la que hacer camino.


Paco Puertes




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