SIN SEXO LIBRE NO HAY SANACION



la felicidad es signo de estar endemoniado
A lo largo de los dos últimos siglos ha ido descubriéndose lo que hoy ya resulta difícilmente discutible, que los mitos y símbolos de nuestra cultura o de nuestro inconsciente colectivo condicionan nuestra manera de ver el mundo, de entender lo que ocurre, de sentir y de actuar.
Y, simultáneamente, se ha ido estableciendo también que los ideales de los colectivos humanos van plasmándose en los mitos y en los arquetipos del inconsciente colectivo y de nuestra cultura.
Fueron tal vez los filósofos neohegelianos quienes primero hicieron hincapié en esta característica de nuestro psiquismo, y especialmente Feuerbach quien señaló la importancia de estas transferencias entre nuestros ideales colectivos, nuestro comportamiento, y la religión cristiana. A éstos les siguió Nietszche, y este hilo de pensamiento e intelección del ser humano y de su vinculación psíquica con su propio entorno cultural, psíquico-colectivo y religioso (1), culminó tal vez con un nutrido grupo de psicoanalistas, con Carl Yung y Otto Gross a la cabeza (2), junto con otros psicoanalistas menos conocidos (3).
Desde esta perspectiva, Feuerbach, Nietszche y Yung insisten una y otra vez en la vinculación de la mitología asumida y transformada por el cristianismo (4) con el inconsciente colectivo y los condicionamientos inoculados en el inconsciente individual de quienes se educan en el seno de la cultura occidental judeocristiana. Desde luego no son los únicos, y sus observaciones al respecto resultan globalmente difíciles de rebatir. De entre todos, encontramos en los mitos del Génesis algunas de las claves de nuestras tribulaciones psíquicas, y tal vez la puerta que nos permite salir de esos laberintos.
El primer libro de la biblia cristiana (5), el Génesis, nos señala con claridad cuál es el terrible pecado original que todos arrastramos y que, por ello, por arrastrarlo desde entonces, nos contamina desde nuestro nacimiento con una huella indeleble que las iglesias intentan una y otra vez lavar con el bautismo, sin mucho éxito.
El Génesis es muy claro, pero siglos y siglos de manipulación, oscurantismo y represión han impedido que leamos y entendamos lo que está escrito en el primer libro de la biblia con meridiana claridad. Aunque leemos, predomina en nosotros lo que nos han dicho que dice, y no vemos lo que real y claramente dice.
Nos cuenta el Génesis que Adán y Eva fueron puestos por dios en un paraíso terrenal (aquí en la tierra) donde eran felices, ignoraban el pecado, vivían desnudos y se alimentaban de los muchos frutos que les regalaban los árboles del jardín del paraíso. La libertad era plena, y la única restricción que dios les puso fue no comer de la fruta del árbol del conocimiento del bien y del mal, pues eso acarrearía graves males.
Adán y Eva eran libres, vivían de los frutos de la tierra generosa, y al no conocer el bien y el mal no juzgaban nada como malo o como bueno, no había para ellos bien y mal, es decir, no podían, y por consiguiente no hacían, ningún juicio axiológico (6).
Dios quería preservarlos de lo que sin duda él ya conocía. Dios quería preservarlos de conocer el bien y el mal, para que así no pudieran juzgar nada ni a nadie como bueno o malo moralmente. Obviamente dios conocía el bien y el mal y por ello juzgaba y condenaba, y sabía de las terribles consecuencias del juicio moral: la consciencia de haber obrado bien o mal, y, con ella, la de haber pecado cuando se ha obrado mal. Y la conciencia del pecado destruye la psique de las personas, atormentándolas y postrándolas en estados de impotencia y castración. Y no podía ser eso lo que dios quería para unas criaturas que había creado con amor y para las cuales había creado todo un mundo.
Para juzgar se necesitan normas, y para juzgar sobre lo que está bien o mal se necesitan normas morales. Pero no son las normas morales las que hacen infeliz al ser humano y le abocan a un estado de postración, guerra, condena, autocondena y enfrentamiento, sino conocerlas; el daño está en conocerlas, porque cuando se conocen se aplican de modo casi automático, cuando se conocen las normas sobre el bien y el mal solo con un gran trabajo sobre uno mismo puede el ser humano dejar de aplicarlas en sus juicios. En el juzgar sobre lo que está bien y está mal radica el perjuicio y la postración. Es decir, el daño está en tener conciencia (7).
Precisamente por eso la serpiente tienta a Eva prometiéndole conocimiento, prometiéndole precisamente aquél conocimiento propio de dios, el conocimiento que podría hacer a los seres humanos iguales al mismo dios (8), el conocimiento del bien y del mal (9). Eso es precisamente lo que la serpiente le vende a Eva: el poder de ser como dios. La serpiente no engaña a Eva, pues poder juzgar moralmente nos da el poder de condenar a cualquiera, incluso al mismo rey si llega a obrar mal. Por supuesto es una condena moral, pero aunque esta condena no se pueda directamente traducir en un castigo al poderoso, nos coloca por encima de el condenado, nos eleva incluso por encima de los reyes: al juzgar qué está bien y qué está mal estamos por encima de los mismos reyes y de los poderosos, podemos juzgarlos y condenarlos (10), somos como dios.
Eva come del fruto del conocimiento del bien y del mal y le da de comer a Adán. Y ambos se dan cuenta de que están desnudos, se avergüenzan y cubren sus genitales y sus pechos como pueden, tal vez con algunas ramas que encuentra en los alrededores (11).
Armados del conocimiento del bien y del mal, el primer juicio que hacen Eva y Adán es sobre la sexualidad, y el veredicto que sigue a este juicio es el de malvada, culpable: el sexo es malo e incluso sólo mostrar los genitales o los pechos ya nos convierte en pecadores, por eso se avergüenzan Eva y Adán, porque con la desnudez de sus cuerpos se ve su maldad intrínseca, por ello se tapan. La vergüenza se produce normalmente cuando pensamos que algo nuestro, algo que hemos hecho o que tenemos está mal, y por esa razón queremos esconderlo, para que los demás no se den cuenta de nuestra maldad.
El juicio de Eva y Adán es tan radical y tan duro que para ellos está mal incluso aquello que los hace hembra y macho, mujer y hombre, aquello que les permite gozar y engendrar: para la moral, la primera y más radical de las maldades es nacer con sexo, es decir, ser un ser humano. Malo no es ya lo que hacemos, sino incluso lo que somos. A partir de este momento el tormento de la culpa es inevitable, pues nadie puede dejar de ser un ser sexuado sin negarse a sí mismo, sin dejar de ser humano.
Es de aquí de donde se derivan los males más radicales, aquellos que nos constituyen y que nos condenan desde que nacemos, aquellos que no podemos evitar y por eso nacemos con ellos (12). Estos males son el juicio axiológico y el sexo (13).
Los juicios nos impiden vivir sin condenar, pues si todo estuviera bien el juicio no sería posible, no habría ninguna distinción entre un acto y otro, entre una persona y otra. Si todo está bien, juzgar si está bien o mal carece de sentido. Juzgar es, por tanto, condenar, condenar a otros y condenarnos a nosotros mismos. Y condenar es castigar, la condena exige el castigo del culpable.
Al condenar el sexo lo reprimimos y lo escondemos.
Al esconder nuestro sexo nos fingimos como no somos, nos mostramos con una falsa imagen de nosotros mismos, mentimos sobre nuestra verdadera naturaleza. Aprendemos a mentir y a saber que los demás también nos mienten. Incluso los campeones de la mentira llegan a creerse ellos mismos que no tienen sexo sino únicamente genitales, y que por ello pueden vivir perfectamente sin sexo.
Al reprimir nuestra sexualidad tenemos que invertir un montón de energías psíquicas en evitar las acciones sexuales, instintivas y naturales. Energías que casi nunca consiguen ser tan poderosas como el instinto sexual (del que depende nuestra supervivencia como especie), que acaba por imponerse. Es decir, la transgresión es casi inevitable en algún momento de nuestra vida (o en muchos momentos) con lo que la energía invertida en la represión sexual habrá sido inútil y nosotros al final habremos sido pecadores, sucios e indignos de dios. Acabaremos siendo culpables.
Esta energía invertida en la represión no la podremos utilizar en actos creativos, y la imposibilidad de evitar siempre el sexo nos llevará a estipular desahogaderos como el matrimonio o la prostitución (ésta, la prostitución, a decir de San Agustín, es necesaria para hacer posible el matrimonio: “la prostitución es la cloaca del matrimonio”, sin la cual el mismo matrimonio acabaría por oler mal).
La exclusividad sexual impuesta en el matrimonio, la monogamia, se considerará natural en nuestra sociedad. Mejor vivir sin sexo, pero para quien no pueda está la monogamia (“mejor casarse que abrasarse”, decía el santo). Y para que la monogamia sea mantenible, para que el matrimonio monógamo no salte por los aires, está la prostitución.
En cualquier caso somos culpables y por ello dignos de castigo. Nada podremos objetar a quien nos castigue aunque solo sea por el mero hecho de nacer (“pues el delito mayor del hombre es haber nacido” (14)). Incluso nos sentiremos mal si la vida no nos castiga por nuestro pecado, por ese pecado que no podemos evitar, por el pecado de nacer humanos. El castigo es lo que nos merecemos, y lo que tenemos que agradecer a las almas compasivas que se ocupen de castigarnos.
La alegría, la felicidad es un claro signo de ser un endemoniado, de no tener conciencia del pecado. Debo sentirme pecador, y por ello debo sentirme infeliz (15). Cuando soy feliz pienso que algo anda mal en mí y, al tiempo, lo escondo, no vayan los demás a pensar de mí que no sé qué es el bien y qué es el mal, no vayan a pensar que no soy un ser moral. La opción para evitar las alegrías de este mundo es escoger el autocastigo, el sufrimiento (16).
En todo caso, como gasto gran cantidad de mis energías en reprimir mi sexualidad, no tengo energía suficiente para crecer en mi interior, ni para crear, ni para idear. Y cuando lo hago, cuando soy un genio creativo lo soy más o menos al margen del sistema, es decir, he de salirme del sistema para poder crear, para poder crecer como ser humano.
Reprimirme es pues lo que está bien, la represión es lo propio de los seres civilizados, lo propio de los seres morales. Y reprimir es lo que tenemos los padres que hacer e inculcar en nuestros hijos: disciplina, represión y voluntad (17).
Trascender la noción de pecado y la consciencia de pecar es imprescindible para librarnos del pecado original, para volver a nuestro primigenio estado de felicidad y naturaleza. Para ello hemos de convertirnos en seres amorales, más allá del bien y del mal, sin juzgar a nadie ni a nada.
Y hemos de considerar que la sexualidad es intrínsecamente nuestra, parte de nuestra naturaleza y de nuestro ser, que está para gozarla sin restricciones, para disfrutarla en plena libertad.
Como no nos es posible no juzgar y pensar a la vez que la sexualidad está bien o mal, el sexo tampoco puede ser malo, ninguna forma de sexo, ninguna de sus manifestaciones. No hay sexualidad mala. Ni buena.
El sexo puede ser sano o no, y será sano cuando sea libre y acorde con nuestra naturaleza de seres humanos (18), y será insano cuando se practique considerándolo malo, o violentando la libertad de otro, o cuando lo reprimamos, cuando reprimamos nuestra propia naturaleza.
Y el ejercicio libre de la sexualidad es imposible cuando se impone la monogamia a nadie. Aunque la monogamia sea una condición que el otro parece aceptar, no deja de ser una imposición, una restricción a la libertad plena y consciente del individuo.
Y lo mismo vale decir de la poligamia, no es posible una sexualidad libre si se impone la poligamia (19). Una sexualidad que no es libre no es una sexualidad humana.
Curiosamente, haciendo un reflexivo juego de palabras, únicamente la consciencia de nuestra conciencia (siempre condicionada) nos permitirá librarnos de esta última, librarnos de la conciencia y ser así plenamente libres, inocentes como los niños, sin noción del bien ni del mal.
Aunque parezca contradictorio, es precisamente un antiguo libro sagrado el que nos muestra con claridad dónde está el error que se cometió con la moral patriarcal –que el patriarcado entiende como única moral- y cuál es el inicio del camino de la sanación: el abandono del juicio y la sexualidad libre.
Ahora lo sabemos.
Y ahora sabemos que quienes han estudiado la biblia también lo saben desde hace milenios. Y lo esconden. Nosotros y ellos sabemos por qué.
1.- No me resisto aquí a referirme a las deliciosas conferencias que pronunció William James a principio del siglo XX en la Universidad de Edimburgo. El texto de estas conferencias se publicó después con el título global de “La variedades de la experiencia religiosa”, que son, para mí, el primer intento de abordar la experiencia religiosa desde la psicología científica occidental.
2.- Y también Alfred Adler que señala la importancia de la comprensión de la psique humana desde la antropología filosófica, y Jaques Lacan que resalta la implicación de la psique con el lenguaje, fondo donde se fijan los modelos y mitos de una cultura.
3.- Como Lou-Andreas Salomé, Beatrice Hinkle, M. Von Stack, Toni Wolf, Martha Boddinghaus, Franz Riklin…
4.- Que abduce e incorpora mitos y arquetipos mucho más antiguos. Véase, por ejemplo, el libro de Robert Graves, La diosa blanca, y desde él la creación de un culto a María, la madre de Jesús. Culto mucho más importante, en países de la cuenca mediterránea, que el culto al mismo Jesús-Cristo.
5.- Utilizo aquí una de las múltiples versiones oficiales del iglesia católica romana.
6.- Es de este tipo de juicios, de los axiológicos, de los juicios sobre el bien y el mal, de los que conviene librarse si queremos caminar hacia la luz, hacia nuestro destino, hacia nosotros mismos. Estos juicios no son necesarios sino que además son nocivos, tanto psíquica como espiritualmente. Los otros juicios, los juicios no axiológicos no necesariamente son nocivos, sino que muchas veces son imprescindibles para la supervivencia, como cuando juzgamos si el agua de la que vamos a beber está o no envenenada, o si el mecánico que conocemos está capacitado para arreglar el aire acondicionado del coche.
7.- La conciencia es la noción de lo que está bien y de lo que está mal, obrar desde la conciencia es obrar tal y como se piensa que está bien obrar, es decir, es obrar bien de acuerdo con las propios criterios o normas éticas. La consciencia es la percepción de lo que ocurre, es el darse cuenta de qué es lo que está ocurriendo en este momento, sin juzgar si lo que ocurre está bien o mal. No conviene confundir la consciencia con la conciencia.
8.- Dice la serpiente: “… el día que comiereis de él -del fruto del árbol prohibido- se os abrirán los ojos y seréis como dios...” . Génesis, 3, 5.
9.- Aunque no lo trataremos en este breve artículo, es interesante observar que el conocimiento del bien y del mal, de lo que está bien y lo que está mal, es propio del dios monoteísta de la biblia, que sin él dejaría de ser tal, es decir, sin el conocimiento del bien y del mal dejaría de ser el dios único y todopoderoso que es en la biblia.
10.- En nuestra impotencia los condenamos en efigie, en la imaginación: los condenamos a los fuegos del infierno. Y como esta condena no revierte nuestra impotencia, le otorgo al otro mundo, al infierno de los malvados y al cielo al que yo iré, más realidad que a este mundo en el que ahora vivo.
Todo este juego no es más que una mezquina e ilusoria venganza de los débiles sobre los poderosos: saberlos merecedores del infierno me tranquiliza y me hace sentir bien, me siento vengado por mi dios y resarcido de los males que me ha tocado vivir.
Desde esta concepción del mundo y de la vida la sanación es imposible, pero eso será motivo de otro artículo.
11.- “… se dieron cuenta de que estaban desnudos, por lo cual cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales.”. Génesis, 3,7.
12.- El pecado original se recibe al nacer, pues todos nacemos sexuados. Los demás pecados los tendremos que cometer, pero este, el tener sexo (y por consiguiente deseo sexual) lo tenemos sin necesidad de hacer nada.
13.- El juicio axiológico es fruto de la cultura, el sexo es fruto de la naturaleza. Como para la sociedad patriarcal cultura y naturaleza están enfrentados, la cultura se vive como dominación y sometimiento de la naturaleza, llegando incluso a su destrucción. Y el sexo, por tanto, se vive pues como pecado, como algo que debe también ser dominado y destruido. Desgraciadamente nuestra cultura está teniendo un notable éxito en ambos campos.
14.- Segismundo en “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca.
15.- La iglesia católica romana considera que esta vida es un valle de lágrimas. Salmo 84:5-6.
Véase también el rezo de La Salve de la iglesia católica romana.
16.- Como señala San José María Escrivá, fundador del Opus Dei, en su libro, Camino: “...-Niégate. - ¡Es tan hermoso ser víctima!”. El estado deseable es el del malestar por nuestros pecados, el creernos merecedores de la infelicidad y vivirla, buscarla y escogerla.
17.- Pues este tipo de fuerte represión requiere voluntad y disciplina en su aplicación.
18.- Naturaleza que implica necesariamente ser libres. El ser humano es libre o no llegará nunca a ser un verdadero ser humano.
19.- En cualquiera de sus modalidad, tanto la más extendida de un hombre con varias mujeres (poliginia), cuanto la más rara de una mujer con varios hombres (poliandria).






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